No será la primera vez que alguien se atreve a decir lo que piensa y siente. No será tampoco la primera que después, al ver las reacciones del entorno, se vea obligado o coaccionado a cambiar su forma de pensar y/o sentir. El mal menor suele terminar en un «si lo sé me callo la boca, la próxima vez no diré nada«.
Es como cuando ves que está lloviendo y te empeñas en sacar la mano por la ventana para comprobarlo. Te vas a mojar y lo sabes. Vale, sólo es agua, pero lo sabías antes.
Uno diría que no haría falta volver a sacar la mano al ver la lluvia, pero nunca he conocido a nadie que sólo haya hecho tal cosa una sola vez en la vida.
Me gustaría saber cuántas veces seríamos capaces de aguantar un chaparrón hasta que ya nos diera igual mojarnos o no. En mi caso hace tiempo que no noto la lluvia, porque ya somos uno. Pero comprendo que otras personas teman el constipado que puede provocar mojarse ante la reacción y opinión del personal. Del entorno. Entorno pocas veces elegido, muchas veces mantenido por misteriosas razones. Otras veces recibimos cubetas de entornos que, en principio, no nos importan un carajo. ¿Qué más da lo que piense un tuitero anónimo o una silueta de facebook? Si me apuras, ¿qué más da lo que piense un colega o tu madre sobre tu libertad?
Uno no puede redimirse nunca de lo que no peca. No tengo pecado ni delito en cómo siento o pienso, diría que tampoco si lo digo. Siempre que no pisotee a nadie más. Mi madre alucina conmigo a mis 33 años, no pasa nada, más allá de lo que piense o yo pueda decir tenemos amor y respeto.
No es que me de igual, es que he visto que al final, no importa tanto.
Si tienes que decir algo importante, el delito es callar por miedo. Mucho mejor será abrir los labios hasta desgarrártelos como dijo Blas de Otero y después asumir la factura sin fractura de espíritu. Hay multas que se pagan con mucho gusto.
Sólo es agua.
PAZ.
Joan Gallardo.