El amor bien vale la pena la posibilidad del desamor.
Pero el miedo al dolor, la cobardía, suele quitarnos de la cabeza las mejores cosas de la vida.
No hay lugar más seguro que una celda individual.
Pero el miedo al dolor, la cobardía, suele quitarnos de la cabeza las mejores cosas de la vida.
No hay lugar más seguro que una celda individual.
Pues quien hoy está a tu lado mañana puede no estarlo.
Y quien hoy ni conoces puede ocupar su sitio pasado mañana.
Uno que dejó a alguien en la mitad.
Uno que dejó a alguien sin independencia.
Ni libertad. Ni fuerza. Ni autoestima. Ni autoconfianza.
Y no, un gran amor, aunque termine, no provoca después nada de eso.
Hazte a la idea. Acéptalo como pago por el privilegio y la posibilidad de amar y ser amado.
No se puede ganar sin antes crear un espacio para la derrota.
Ya he terminado los 21 posts sobre la valentía.
Y como este blog es para ti y para ayudarte directamente, te pregunto:
¿Sobre qué quieres que traten los siguientes 21 posts?
Mándame un correo electrónico con tu propuesta.
¿Quizá sobre la fe? ¿Sobre la pareja? ¿Sobre las rupturas? ¿Sobre el miedo?
No hay paracaídas como ser valiente.
Si hubiese una pastilla para la valentía sería el negocio del siglo.
Solo puedes comerte un bistec poniéndolo al fuego y haciendo posible que pueda chamuscarse.
Solo puedes disfrutar de un baño en la playa haciendo posible que puedas morir ahogado arrastrado por la resaca.
Solo puedes ganar dinero invirtiendo haciendo posible que puedas perder ese dinero.
La valentía es más grande cuanto más grande y posible sea el dolor.
Es la hostia.
A quien vive buscando la plena certeza y seguridad de sus actos, decisiones y elecciones lo llamamos cobarde.
Y a quien vive aceptando que la vida, en su mayor parte, es incertidumbre, apuesta y riesgo, lo llamamos valiente.
No hay más.
Tras esos primeros actos, los demás cuestan menos. Hasta que un día descubres que has hecho de la valentía un hábito. Un órgano más dentro de tu sistema. Una parte de ti.
Dicen que todo es empezar. Cuánta razón.
Porque cuando fallas pero has sido valiente duele diferente. Duele mejor.
Pero cuando has actuado sin valentía o cuando tan siquiera has actuado cuando tendrías que haberlo hecho… eso no solo duele más sino que deja una fría marca. Un recordatorio. Una señal que te dice: «Pues sí, está claro que has sido un cobarde y que difícilmente puedes contar contigo«.
Solo puedes ser valiente en dos situaciones:
La próxima vez que pienses en el miedo piensa en él como un mentor.
Un mentor duro, pero un mentor al fin y al cabo.
Yo ya sé perfectamente de lo que soy capaz.
Pero quiero descubrir de lo que no soy capaz.
Y eso solo lo puedo saber arriesgándome. Averiguándolo.
Siendo valiente.
No puedes vivir una vida con sentido y significado dejando la valentía a un lado.
Imposible.
Cuando la fortaleza y la valentía mueran, el mundo perecerá definitivamente.
Porque cuando el caos se extiende lo único que puede reinstaurar el orden es, precisamente, la fuerza y la valentía. Y nada más puede.
En cada decisión, en cada elección hay un acceso directo a la opción que nos llevaría a un aumento de nuestra valentía. Tomarla o no es la cuestión.
Todo el mundo sabe lo que tiene que hacer para ser más valiente.
Y admitirlo es el primer acto de valentía.
Si fuese fácil, lo llamaríamos otra cosa.
Saber que tienes que hacer algo y terminar haciéndolo al poco tiempo. No hay más. Quien haga esto cada vez, podrá llamarse valiente.
La valentía no conoce de omisiones. No sabe de escondites. No ha dicho nunca eso de «mañana-ya-lo-haré«.
Valentía es hacer cuando lo más fácil es no hacer.
Es hablar cuando lo más fácil es callar.
Es decidir cuando lo más fácil es seguir igual.
Y sí, la valentía es empezar a hacer aceptando la posibilidad de la derrota. Del dolor y el fracaso.
Esa primera mano levantada que ves cuando la cosa se pone jodida. Ese es el valiente.
Es valiente hacer, pero lo es aún más responder por lo que se hace.
Una pedrada a una ventana la puede dar cualquiera.
Aceptar la autoría y consecuencias de esa pedrada, muy pocos.