—Aún no lo entiendo, Joan.
—¿Qué no entiendes?
—Pues el porqué. Por qué me dejó. Yo le trataba bien.
—Yo eso no lo pongo en duda. Y tú tampoco deberías.
—¿Entonces?
—Es que no es suficiente. Es imprescindible tratar bien al otro pero no siempre es suficiente. No todas las parejas que rompen se tratan mal.
—¿Cómo puede ser?
—¿Quieres oírlo? ¿Seguro?
—Sí, por favor.
—Vale. No quería que fueses tú quien le tratase bien. Ya está. ¿Lo entiendes?
Conversación con un amigo sobre el pasado y el futuro.
—Joan, ¿tú de niño creías que acabarías así hoy?
—¿De niño? ¡Ni a los 25 lo hubiese dicho!
—¿En serio?
—Tal cual.
—¿Y qué te parece?
—Pues que no vale la pena hacer predicciones…
—¿Crees que no puedes saber dónde estarás a los 50?
—Absolutamente.
—¿Y cómo te hace sentir eso?
—Humilde… y a la vez relajado.
—¿Relajado?¿Por qué?
—Porque tengo la impresión de que si te esfuerzas pero no fuerzas, terminas llegando al lugar que te corresponde, que siempre acaba siendo mejor que el que tú tenías planeado.
—Eso suena muy bien, Joan…
Conversación con una pareja de clientes en crisis:
Joan: María, ¿por qué no le señalas las cosas que te hieren? María: ¿Yo tengo que decírselo? Joan: ¿Quién si no? María: Él tendría que darse cuenta. Joan: ¿Y si no es consciente? De tu sensibilidad tienes que dar cuenta tú, no los demás. Jose, ¿tú eras consciente de que le sentaba tan mal? Jose: Te prometo que no. A veces soy un poco brusco hablando, pero creía que no me tomaba tan literal sabiendo como soy… Joan: ¿Lo ves, María? Él es más tosco y tú más sensible. Si no os «educáis» en el «idioma» del otro, no os entenderéis y estaréis así cada dos por tres. Jose, ¿estás de acuerdo con que ella te señale cuándo estás hiriendo su sensibilidad con tus formas? Jose: Nada me gustaría más que que lo hiciera. Por favor. Yo voy con cuidado, aunque no lo crea, pero iré con más cuidado aún si es necesario. Joan: ¿María? María: Lo haré, lamento haber dado por sentado que sabía que me hería y, pese a ello, seguía haciéndolo. Jose: No lo sabía, de verdad. Lo siento. Yo, cuando me pase, dímelo y me corregiré… Joan: Dentro de tu capacidad y sin querer cambiar lo que no se puede cambiar… ¿No, María? Porque supongo que si elegiste a Jose como pareja era en gran parte por como es y no por como no es… ¿No? María: Sí… me gusta su rudeza, no se la quitaría… en el fondo son sólo un par de cosas que me chocan demasiado… Joan: Pues ya lo sabes, señálaselas cuando las haga y trabajadlo.
Conversación con una clienta sobre los conflictos en pareja:
—Joan, es que siempre empezamos conversando tranquilamente pero acabamos una y otra vez en bronca. ¿Qué hacemos mal?
—¿Por qué pasa eso? ¿Cuándo empieza a torcerse la discusión?
—No lo sé, en un momento dado él comienza a enfadarse. Y cuando veo que se enfada luego soy yo la que se enfada porque se enfada.
—Vale, ¿por qué se empieza a enfadar?
—No lo sé.
—¿Cómo? ¿No se lo has preguntado?
—¿Se lo tengo que preguntar? ¡Es que no tendría que enfadarse!
—Si alguien te hace la zancadilla por la calle, ¿¿no le vas a preguntar por qué motivo lo ha hecho ya que se supone que no tendría que hacerte la zancadilla??
—…
—La próxima vez, con tranquilidad, cuando veas que se empieza a enfadar dile lo siguiente: ¿Qué he hecho o dicho que te está empezando a enfadar?
—Vale… ¿Qué pasará después?
—Pues si se lo transmites con tranquilidad, asertividad y preocupación, te lo dirá. Y puede tener razón en su explicación o no tenerla. Si no la tiene, tendrás que hacérselo ver. Y si la tiene… tendrás que hacértelo mirar tú. Atender y corregir tu lenguaje tanto verbal como no verbal. ¿Sí?
—Sí, lo intentaré.
—Joan, ayer vi una entrevista tuya antigua donde decías que lo mejor que un padre podía hacer por su hijo era enseñarle a pelear.
—¡Ja, ja, ja! ¿Eso dije? Bueno, pues sí, es una de las mejores cosas que puede hacer un padre por su hijo, sí.
—Guau, ¿en serio? ¿Por qué?
—Y tan en serio. Porque creo que un chaval que tiene miedo a ser agredido no puede desarrollarse completamente. Y también porque ese miedo a una pelea es lo que hace que los abusones lo detecten como una víctima propicia para acabar teniendo una pelea.
—Joder.
—Pues sí, joder.
—¿Y algo más?
—Evidentemente. Un chaval que sabe que sabe defenderse tiene mejor autoestima, autoconfianza y seguridad en sí mismo. Y de esta burra no me baja nadie.
—¿Y los adultos? ¿Deberíamos aprender a pelear también?
—Sin ninguna duda. Cuando sabes pelear el respeto que tienes por ti mismo aumenta muchísimo. Tu auto-percepción cambia. Y eso tiene un impacto muy bueno en la vida.
—¿Y qué aprender?
—Pues a boxear, a pelear en el suelo y a lanzar patadas poderosas… con eso es más que suficiente.
—¿No me volveré más violento?
—Al revés. Quien no tiene miedo se vuelve más manso, más tranquilo, menos necesitado del uso de su terribilidad y mucho menos reactivo.
—Me has convencido.
—No lo pretendía. Sólo te he informado, ja, ja, ja.
—Joan, ¿cómo trabajas tú la ansiedad?
—Yo no tengo ansiedad desde hace mucho tiempo.
—No me digas. ¿En serio?
—Claro.
—¿Y cómo lo conseguiste?
—Bueno, me llevó un tiempo, obviamente, pero es que soy muy insistente y paciente.
—¿Me lo puedes explicar?
—Sí. Lo primero es descubrir exacta y específicamente qué es lo que te da miedo o te preocupa que ocurra. ¿Me sigues?
—Sí.
—Bien. Una vez lo tienes hay que hacer dos cosas. La primera es pensar en qué podrías hacer para aumentar la posibilidad de que tal cosa no ocurra. Por ejemplo, si temo olvidarme los billetes de avión o el DNI, por decir algo, lo que haría yo para reducir la posibilidad de que eso ocurra es meterlos hoy mismo en la maleta que usaré para el viaje. ¿Sí?
—Sí, me parece genial. ¿Y la segunda cosa?
—La segunda cosa es pensar en lo que harás si ese peor escenario posible, aún así, se llega a dar. Siguiendo el ejemplo del DNI: si pese a todo me olvido billetes y DNI avisaría a mi pareja para que me los trajese. Y si no, pues compraría otro vuelo más tarde, volvería a casa y cogería el DNI. Si el fin del mundo son sólo unas horas más de retraso y unos cuantos euros menos… pues tampoco es para tanto.
—Buenísimo Joan. ¡Lo voy a probar!
Mi cliente hizo su trabajo y, punto por punto, trató de esta manera todas aquellas cosas que le provocaban ansiedad o preocupación. Me aseguró que iba a usar esta técnica toda la vida.
Diálogo con un cliente sobre la problemática de Dios y la concepción de la Virgen María:
—Joan, me encantaría creer en Dios como lo haces tú pero no puedo superar que María concibiese siendo virgen o que Jesús resucitase físicamente de entre los muertos o que curase a un paralítico…
—Comprendo, a mí me pasaba igual al principio.
—Entonces… ¿Cómo has conseguido creen en algo tan irracional?
—Eso pensaba yo: «siendo como soy… ¿cómo voy a poder creer en esto?». Hasta que un día comprendí que lo irracional era creer en Dios y pensar que esas cosas no pueden ser.
—¿Cómo?
—Dime tú: si Dios no existe, los milagros y que, por ejemplo, una virgen conciba un bebé es imposible. ¿Sí?
—Por supuesto.
—Estamos de acuerdo. Pero… Si Dios existe y ha creado todo el universo de la nada… ¿por qué no iba a poder realizar todos los milagros que mencionas?
—Pues… no lo sé.
—Si Dios existe, no creo que le costase demasiado trabajo ninguno de esos milagros. Quiero decir: ¿Te impresiona demasiado los milagros pero no tanto la creación misma y perfectamente ajustada del universo? Es como si me dices que te crees que yo pueda levantar una piedra de 200 kilos pero que no te crees que pueda levantar una de 20. Esto ya no es una cuestión religiosa sino filosófica o teológica, de lo que Dios podría o no hacer, y no es más impresionante rescatar a un vivo de entre los muertos, por ejemplo, que crear el universo y sostenerlo. En definitiva: si Dios existe, es sencillamente lo más racional del mundo creer en los milagros. Punto.
Diálogo con un cliente sobre la ansiedad por el futuro:
—Joan, me da un miedo terrible no superar la oposición. Siento una ansiedad de la hostia.
—¿Por qué? ¿No tienes un plan B?
—No. Pensaba que estaba mal preparar un Plan B.
—¿Cómo? ¿Por qué iba a ser malo?
—Escuché a un gurú del crecimiento personal que tener un plan B hacía que perdieses el plan A.
—…
—¿Qué piensas, Joan?
—Madre mía, tío… con perdón: menuda chorrada.
—¿No te parece que sea cierto lo que decía?
—En absoluto. Me parece la típica frase que el gurú de turno escribe después de leer «El arte de la guerra».
—¿Me aconsejas preparar un plan B pues?
—Y un plan C. Quizá incluso un plan D.
—¿En serio?
—Sí. Porque es evidente que si tu vida pende de conseguir completar ese Plan A lo más normal es que sientas una ansiedad fortísima.
—¿D verdad?
—Claro. Yo también la sentiría. Porque si esto va de «el Plan A vs el Abismo», entonces te veo a un paso de la victoria pero también a un paso del abismo. Como para no tener ansiedad, joder.
—Coño, pues visto así, Joan… ¿Tienes alguno de tus consejos?
—Sí. Ve con todo a por tu plan A, pero piensa también en el margen que te queda tras el peor escenario posible. Piensa: «Vale, si finalmente no consigo pasar la oposición, ¿qué es lo mejor que puedo hacer entonces?». Te prometo que si lo haces bien puede que el Plan B llegue a parecerte tan bueno como el A. Y si lo haces bien, la ansiedad se marchará y no volverá.
—Ay Joan, esa es una promesa muy grande, eh…
—Yo no hablo nunca por hablar.
—Lo sé, Joan. Muchas gracias, de verdad.
En nuestra siguiente sesión, mi cliente era otro. Estaba totalmente tranquilo. Me mostró su Plan B e incluso un Plan C. Eran fantásticos. Se encontraba tan relajado que dormía mejor, se concentraba mejor y así podía preparar más eficientemente la oposición.
Finalmente aprobó todos los exámenes y superó la oposición.
Lo dicho.
—Joan, sigue siendo una barrera para mí el problema de la maldad en el mundo.
—¿Por qué? ¿Qué es lo que no comprendes?
—Si Dios es bueno, ¿por qué existe el mal en el mundo?
—¿Yo soy bueno?
—Sí, mucho.
—¿Puede salirme un hijo malvado?
—Supongo. ¿Y por qué?
—Porque es libre, ¿no?
—¿Podría yo conseguir al 100% que no hiciese el mal?
—No lo sé.
—Piensa.
—Bueno, podrías estar todo el tiempo vigilándolo y evitando que hiciese el mal.
—¿Y eso no es quitarle la libertad?
—Sí, pero para un bien mayor.
—¿Bien mayor? Sólo hay un bien al que puedes llamar «bien mayor».
—¿Cuál es?
—El bien que se hace libremente. De corazón.
—Hostias. No lo había visto así nunca…
—Quizá no te apetecía.
Diálogo con un cliente sobre la disciplina y la organización:
—Me cuesto mucho hacer las cosas que tengo que hacer, Joan.
—He visto tu agenda y, por lo tanto, he visto todas las cosas que te propones hacer en un día.
—¿Y?
—Es una locura.
—¿Crees que es demasiado?
—Definitivamente.
—Pero eso da igual, no hago ni el 10% de lo que me propongo. Y aún así acabo el día muerto.
—Normal, yo me he cansado mentalmente sólo de ver lo que tenías apuntado.
—¿Qué quieres decir?
—Que tu planificación, de entrada, es desmoralizante porque sabes de antemano que no vas a cumplir con lo que te propones hacer.
—Joder… ¿Qué me propones?
—Reduce todo lo que puedas las cosas que te propones hacer en un día. Y luego intenta cumplir. Pero procura que te apetezca el día que diseñas, porque tal y como lo haces ahora más que un día parece un castigo.
—Pero… ¿Qué pongo en la agenda?
—Primero lo importante e imprescindible, luego lo urgente y más adelante y poco a poco… lo demás. ¿Lo pillas?
—Sí, Joan.
—Es mejor proponerse hacer 2 cosas y hacerlas que proponerse hacer 10 y hacer sólo 2. Hazme caso.
Conversación del pasado con un amigo del barrio sobre la felicidad y la vida adulta:
Tengo 13 años y estoy a pocos meses de terminar octavo curso. Tengo que decidir si me pongo a trabajar o sigo estudiando. Estoy sentado en una acera de la calle con un amigo al que su padre ya le ha encontrado un puesto de trabajo como peón en una obra.
—Mateo, ¿tú estás preparado para ponerte a trabajar?
—Supongo que sí, necesito dinero, Juanito.
—¿Para qué? ¿Para ayudar a tus padres?
—No, ellos no me pedirán parte de lo mío. Lo necesito para mí.
—Pero… ¿para qué?
—Quiero tener dinero, ya está. ¿Tú por qué no te pones a trabajar también?
—No lo sé, ya trabajo los veranos y acabo siempre un poco harto. Imagino que simplemente prefiero no hacerlo todo el año.
En ese momento nos callamos un rato mientras pensamos qué decir o cómo seguir con la conversación.
—Juanito, ¿qué quieres de la vida?
—No sé, ser feliz supongo.
—¿Y cómo lo vas a conseguir?
—Ni idea, supongo que no me importa cómo ser feliz mientras lo sea.
—¿En serio?
—Claro, ¿tú no?
—Yo quiero ser rico. Y luego feliz.
—¿Y entre feliz o rico qué eliges?
—Rico. Y por mucho.
—No jodas, Mateo.
—Sí jodo, sí.
26 años después. Mateo aún no ha conseguido ser ni rico ni feliz.
Diálogo con un cliente sobre la televisión y Los Soprano:
—Joan, te oí decir que estás viendo ahora Los Soprano.
—Así es. Llego un poco tarde, ja, ja, ja.
—¿Te está gustando?
—Sí, mucho. Llevo pocos episodios pero me gusta.
—Pensaba que no veías apenas la televisión.
—Veo poco la tele, es cierto, pero tampoco me creo mucho el complejo ese que dice que una persona culta o inteligente no puede consumir televisión… ¿Iba por ahí tu comentario?
—La verdad es que sí, Joan.
—Mira, la realidad es que hay más calidad, simbolismo, profundidad y significado en alguno de los episodios que he visto de Los Soprano que es el 70% de las novelas que he leído.
—¿En serio?
—Sí, ahora bien… si la serie estuviese en libros, la leería y no la vería.
—¿Por qué?
—Porque cuando veo la tele, el ruido, las voces, los sonidos naturales de la serie vienen de fuera hacia mí. Cuando leo, todos los sonidos de la obra se forman en mi cabeza y…
—Y no pierdes completamente el silencio de alguna manera, ¿no?
—Eso es…
Diálogo con un antiguo compañero de instituto sobre la velocidad de la vida:
—Hostias, Joan, hace ya 25 años que fuimos juntos a clase.
—Sí, no podíamos imaginar que se aceleraría tanto, ¿verdad?
—No… ¿Crees que lo que queda pasará igual de rápido?
—Seguramente más.
—¿Por qué crees que es así?
—Bueno, hacemos más cosas. La vida del ocupado dura menos, aunque viva más.
—Ya… ¿Demasiadas responsabilidades?
—Puede ser. Y también demasiado miedo a no haber estrujado y aprovechado la vida. Eso nos lleva a estar siempre corriendo de aquí para allá consiguiendo esto y aquello…
—Sí… ¿Qué podemos hacer entonces para bajarle una velocidad a la vida, Joan?
—Hacer menos.
—¿Es todo?
—Ambicionar menos. Buscar una felicidad que pueda ser humilde.
—Me gusta como suena eso…
—Joan, yo quiero irme a vivir fuera pero mi pareja no.
—¿Y cuál es el problema?
—Pues ese.
—No veo el problema. Es más importante la pareja que el lugar donde vivas.
—¿Tú crees?
—Evidentemente. ¿Tú no?
—¿No tendría que seguirme donde quiera que yo vaya?
—¿Y tú? ¿No deberías quedarte donde quiera que ella se quede?
—Ya… Joan. Tienes razón pero…
—Pero no estás tan bien con ella. ¿Me equivoco?
—Pues no, no te equivocas.
—Si estuvieses bien con ella… no estaríamos hablando sobre esto. No tendrías dudas. No te seduciría lugar alguno al que ella no quisiese ir. Punto.
—Todo es demasiado difícil, Joan.
—¿Como qué?
—Trabajar, pagar todo lo que hay que pagar, hacer que el matrimonio funcione…
—Sí, esas cosas son difíciles, pero el premio es muy grande. ¿No crees?
—Sí pero… podría costar menos.
—¿Por qué iba a ser eso así?
—Yo qué sé…
—Si en la lotería diesen millones por acertar un número del 1 al 10, ¿qué pensarías?
—Que no puede ser.
—¿Por qué?
—Porque hablamos de millones, un premio demasiado…
—¿Grande?
—Sí…
—¿Lo ves? Grandes premios → grandes dificultades.
—De acuerdo, lo acepto.
—Además, los premios que no cuestan no se aprecian. No se valoran. Y, por supuesto… no se buscan. Piensa en lo mucho que importa verse a uno mismo luchando por cosas importantes, grandes, difíciles…
Tenía un amigo que un día me contó que había «diseñado» a la mujer ideal para él. Y que así ya no se equivocaría más a la hora de elegir pareja.
La quería: rubia, con el pelo liso y largo, cinco años más joven que él, de más de metro setenta y cinco, ojos azules claros, labios carnosos, extranjera, culta, divertida, que le gustase ir a la montaña, que le gustase viajar, una talla 95 de pecho y buen culo, sin celulitis, que ganase al menos 2000 euros al mes, que no quisiese tener hijos, simpática, nada celosa y que no le gustase discutir.
—¿Qué te parece, Joan?
—Ah, está muy bien.
—¿Y?
—Tengo dos cosas que decir.
—Dime.
—La primera: ¿y una tía así seguro que te elegiría a alguien como tú?
—… ¿y la segunda?
—Te vas a quedar soltero. Fijo.
Cuidado con lo que le pides a la vida. No vaya a ser que no le queden.
Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies