El otro día mi hijo mayor me pidió que le abriese una botella de agua porque él no podía.
Le dije: «¿Cuánto tiempo y de cuántas maneras lo has intentado?».
A lo que respondió: «No sé, he intentado abrirla, no he podido y te lo he pedido».
Le respondí que tendría que intentarlo unas cuantas veces más antes de que yo finalmente accediese a abrírsela.
Me miró como pensando «ya está con sus rollos el pesao de papá». A lo que yo le dije:
«Mira Christian, yo puedo abrirte la botella en un segundo o menos. Pero tú puedes abrirla en alguno más o descubrir que no puedes. Pero lo que sí que no puedo hacer es arriesgarme a hacer algo por ti que… tú podrías hacer. Si te abro la botella te hago un favor pero si no te la abro te hago uno mucho mayor: ayudarte a ser autosuficiente».
Cogió la botella, lo probó con más esfuerzo y a los pocos segundos, con la cara enrojecida y las alas de su nariz abiertas, el tapón hizo clic y la botella se abrió. Cuando lo consiguió me miró sonriente. «¿Lo ves? ¿No es esto mejor que que te abra la botella?, le dije.
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