Conversación del pasado con un amigo del barrio sobre la felicidad y la vida adulta:
Tengo 13 años y estoy a pocos meses de terminar octavo curso. Tengo que decidir si me pongo a trabajar o sigo estudiando. Estoy sentado en una acera de la calle con un amigo al que su padre ya le ha encontrado un puesto de trabajo como peón en una obra.
—Mateo, ¿tú estás preparado para ponerte a trabajar?
—Supongo que sí, necesito dinero, Juanito.
—¿Para qué? ¿Para ayudar a tus padres?
—No, ellos no me pedirán parte de lo mío. Lo necesito para mí.
—Pero… ¿para qué?
—Quiero tener dinero, ya está. ¿Tú por qué no te pones a trabajar también?
—No lo sé, ya trabajo los veranos y acabo siempre un poco harto. Imagino que simplemente prefiero no hacerlo todo el año.
En ese momento nos callamos un rato mientras pensamos qué decir o cómo seguir con la conversación.
—Juanito, ¿qué quieres de la vida?
—No sé, ser feliz supongo.
—¿Y cómo lo vas a conseguir?
—Ni idea, supongo que no me importa cómo ser feliz mientras lo sea.
—¿En serio?
—Claro, ¿tú no?
—Yo quiero ser rico. Y luego feliz.
—¿Y entre feliz o rico qué eliges?
—Rico. Y por mucho.
—No jodas, Mateo.
—Sí jodo, sí.
26 años después. Mateo aún no ha conseguido ser ni rico ni feliz.
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