Los errores se pagan. Siempre.
Y no querer asumir esto es una muestra innegable de inmadurez.
Asume con dignidad la magnitud de tus cagadas.
Es como la vez que rompí un jarrón en casa de un balonazo.
Podía esconderlo o echarle la culpa al perro o al viento o a un fantasma.
Total, no se podía demostrar que había sido yo.
«Mamá, lo siento. Lo he tirado yo. Castígame. No me quejaré».
Porque es mejor la penitencia que la culpa.
No tengo ninguna duda.
Mentón arriba. Ojos abiertos. Frente alta.
Y a seguir.
FUERZA Y PAZ.