Preparando el lanzamiento de mi nueva Mentoría Grupal voy acordándome de anécdotas que me han sucedido a lo largo de los años en conferencias tanto presenciales como on-line.
Una de ellas fue muy bonita.
Era en una conferencia on-line con unas 60 personas. Justo antes del Covid.
Un joven me contó que su madre acababa de fallecer hacía poco y me pedía por algo que le consolase. Estuve un rato hablándole de la vida y la muerte cuando me di cuenta, por la pantalla, de que una chica estaba llorando pañuelo en mano.
Terminé de responder al joven, que también comenzó a llorar y éste me dijo que se sentía mucho más aliviado. Entonces la chica de antes tomó la palabra y dijo lo siguiente:
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«Quiero dar las gracias al chico que acaba de hablar… yo en realidad venía aquí a hacerte preguntas sobre el ahorro y la gestión de mi economía personal pero… la cosa es que mi padre falleció de un ataque al corazón con 58 años hace medio año. No venía con la intención de preguntar nada sobre eso, sin embargo lo que le has dicho a él me ha permitido comprender muchas cosas y ahora me siento mucho más tranquila con esto…«
Pude ver por la pantalla que varias personas más de la conferencia echaban mano de kleenex. Fue precioso.
Me pregunto si no estamos infravalorando el poder de hacer comunidad, de hacer buenas comunidades. Aunque sean pequeñas. Creo que eso nos facilitaría mucho la vida. Pero claro, una mala comunidad es peor que la soledad así que… quizá la cuestión resida en dónde y cómo forjamos esos lazos, esa comunidad.
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Ni tú ni yo ni nadie podemos con todo solos todo el tiempo
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Yo mismo, siendo casi un ermitaño de corazón, necesito ayuda y un entorno con el que convivir.
Como decía Maynard Keenan en una preciosa canción: «Nunca has sido una isla«.
Pues eso.