Cuando me toca sufrir pienso en muchas cosas pero… sobre todo, pienso en Dios.
Pienso en la cruz. Pienso en que nunca viviré nada peor que lo que Jesús vivió. Y cuando lo hago, me niego ante la posible queja pues me veo sin derecho a quejarme. Miro mi dolor en el espejo de la cruz y en la carne despegada de Cristo, así, en el mismo momento, me duele ya menos porque pienso en lo lejos que está de ser realmente un dolor «insoportable» de verdad.
Pienso también en que siempre le he pedido a Dios ser lo más fuerte y humilde que pueda. Y para eso, Dios sólo puede enviarme situaciones que me hagan fuerte y humilde. Así, Dios me manda pasar por lo que necesito para hacerme más fuerte y humilde.
Está claro que prefiero no sufrir a sufrir.
Pero más prefiero ser fuerte a no serlo.
Y si para hacerme fuerte tengo que sufrir, que así sea.
FUERZA Y PAZ.