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—PENSAR EN DIOS—
P: Hola, Joan. He sido atea toda mi vida pero un suceso desgraciado reciente, lejos de alejarme de Dios, me hizo acercarme completamente a él. Sin embargo, me pillo a mí misma en algunos días en los que no he pensado en Dios ni una sola vez y me siento tremendamente mal. ¿Tienes algún consejo para reconciliar esa culpa que siento con mi nueva fe? Muchísimas gracias, es un lujo poder preguntarte estas cosas directamente.
R: Creo que es algo que nos ha pasado a todos alguna vez pero… no creo que sea algo exactamente malo. Me explico.
Muchas personas huyen de la culpabilidad y, al hacerlo, se quedan sin comprender lo que esa culpa trae. El porqué de la culpabilidad, su función y el «obsequio» que tiene para nosotros.
En tu caso es más que evidente que esa culpa lo que te dice es que te sentirás siempre mejor cuanto más cerca de Dios estés.
Es parecido a la culpa que sentimos por no estar haciendo gran cosa con nuestra vida. ¿Cuál es la función de esa culpa? Fácil: empujarnos a hacer algo con la vida que se nos ha dado. ¿Y eso es malo? Al contrario. ¿Te imaginas estar preguntando «cómo puedo desembarazarme de la culpabilidad por no estar haciendo nada con mi vida»? Sería absurdo… y terrible.
Un mundo sin culpabilidad, madre mía, sería un caos absoluto sin dirección. Un infierno.
Mi consejo es que atiendas e introduzcas, como hábito incluso, a Dios en tu día a día.
Yo comienzo el día duchándome mientras escucho un podcast del Evangelio de San Juan narrado. Después, escribo mis páginas matutinas durante unos 10 minutos que no son más que una especie de conversaciones con Dios donde le hablo directamente. Luego, me preparo mi café con leche y, durante no menos de 40 minutos, leo la Biblia. Tras esto, comienzo a trabajar.
Así, sé que en el peor día posible, he pasado un buen rato de calidad cerca de Él. Podrías comenzar tú por algo así. A mí nunca se me ocurre nada mejor que hacer que esto.
Después, a lo largo del día, lo tengo muy presente, sobre todo cuando tengo que tomar decisiones. Me pregunto siempre «¿qué espera Dios que haga?» y, cuando lo descubro, ni dudo: sólo lo hago.
Finalmente, antes de dormir, ya en la cama, hago mis oraciones. Así, comienzo y termino mis días con Dios. Y, sin duda alguna, eso marca la diferencia en mi vida.
Espero haberte ayudado.
FUERZA Y PAZ.
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