Había una vez un hombre que se quedó tirado en medio de un desierto. Sin más agua que la que llevaba en una pequeña cantimplora y sin nada que comer.
Estuvo andando 10 días dosificándose el agua pero sin nada más que poder echarse a la boca. Al décimo día, encontró un pueblo y en él había una posada.
En su bolsa llevaba dinero de sobra, un dinero que creyó no poder llegar a usar nunca, así que pidió comida y bebida como para cubrir tres mesas. Y comió y bebió hasta llenarse. Cuando ya no quedó nada en los platos, llamó al camarero y le dijo: “Traiga lo mismo otra vez”. Y así hizo el camarero. Entonces, éste volvió a comer hasta terminárselo todo. Al acabar, llamó al camarero y le dijo: “traiga lo mismo otra vez”. Y el camarero obedeció. Al servírselo, éste comió y comió hasta que lo terminó todo de nuevo. Al hacerlo, llamó al camarero. El camarero, atónito, pensó “ahora terminará”, pero no fue así y le volvieron a pedir traer un pedido igual. El camarero, que no podía más de curiosidad y asombro, le dijo: “¿Pero de verdad sigue teniendo hambre, señor?”. Y el otro le dijo: “No tengo nada de hambre, estoy comiendo así por si un día vuelvo a pasar hambre”.
FIN.