Conversación con una clienta sobre las cosas inevitables:
M: Joan, ¿y si acaba sucediendo justo lo que más temo?
Joan: Bueno, no es imposible, ¿no?
M: ¿Qué quieres decir?
Joan: Pues que hay una posibilidad de que lo que no quieres que suceda, suceda finalmente.
M: ¿Y entonces? Yo no quiero que pase.
Joan: Claro que no lo quieres. Pero el mundo no funciona en base a lo que tú quieres o dejas de querer. ¿No te parece?
M: No, claro…
Joan: ¿Estás segura de que lo tienes claro? Porque parece que le estás poniendo condiciones a Dios o a la vida. Como si establecieses unas condiciones para poder estar bien aquí.
M: No es eso, pero es que no quiero que pase. En mi cabeza es imposible.
Joan: A eso me refiero… perdóname pero…. ¿tu tono no te suena un poco infantil? Suenas como el niño que exige a sus padres que no llueva el día de la excursión con el cole.
M: De niña lo pedí alguna vez, ahora que lo dices…
Joan: Mira, lo más normal es que PREFIERAS que no suceda lo que no deseas, evidentemente. Pero tienes que completar tus pensamientos. En este caso, sería mucho mejor escucharte decir algo como: «Yo no quiero que pase eso, y haré todo lo posible para que no suceda. Pero si finalmente ocurre lo indeseado, haré cuanto esté en mi mano para estar bien y ser feliz».
M: Ya, de tu boca suena mucho mejor.
Joan: Empieza a pensar más en esto. Conviértelo en un principio. Trabájalo. Lo que nos decimos tiene un poder definitivo. Diferencial. Así como tienes cuidado con lo que te metes en la boca para comer también deberías tener cuidado con lo que te metes en la cabeza para pensar.