Conversación real de esta semana con un cliente:
—Joan, ¿qué hago cuando sé lo que tengo que hacer, pero no tengo ganas?
—¿Por qué no tienes ganas de hacerlo?
—No lo sé, Joan.
—Lanza una hipótesis. Construiremos desde ahí.
—No sé… ¿porque me da pereza?
—¿Es así?
—Puede que sí.
—Bien. ¿Qué ganas con esa pereza?
—Quizá no tener que hacer nada. Ahorrarme el esfuerzo.
—Bien, ¿cuáles son las consecuencias de no hacer nada y ahorrarse el esfuerzo?
—¿En mi caso concreto?
—Sí.
—Uff… buena pregunta. Pues… más problemas más adelante en el tiempo.
—¿Problemas peores en cuanto a su magnitud que el esfuerzo que tienes que hacer ahora por hacer lo que tienes que hacer?
—Sí, sin duda.
—¿Son evitables esos problemas que surgirán más adelante?
—Quizá.
—¿Son evitables «sine die»?
—¿Si los podré evitar siempre?
—Exacto.
—No, Joan. En algún momento me afectarán demasiado.
—Y llegado ese momento, ¿no desearías haberlos evitado en el pasado?
—Y tanto…
—Entonces, ¿te sigue apeteciendo tan poco como antes hacer lo debido?
—No, Joan. Creo que me conviene hacer lo que tengo que hacer, aunque sea sin ganas.
—Eso es…
47/1000
FUERZA Y PAZ.
PD: Esto y mucho más, en mi nuevo libro «Las 48 reglas de la disciplina». Puedes comprarlo ahora aquí: https://amzn.eu/d/ikadipI