Pregunta: «¿Cómo salir de un estado de amargamiento perpetuo?»

Boom. La madre de todas las preguntas tras el regular «¿Cómo ser feliz?». Preguntas incontestables de forma general, que sirva a todo amargado que nos esté leyendo ahora mismo. Imposible.

Pero os daré un par de ideas que tengo sobre lo que he vivido (aquí todos tocamos las pelotas con nuestra pose a lo Ígor, de Winnie the Pooh en algún momento de nuestras vidas) y sobre lo que he podido observar.

Hay una serie de puntos en común interesantes que quizá merezcan un poco de atención e interés. Son estos:

  1. No son felices. Obvio, pero conviene tenerlo en cuenta de verdad antes de hablar con ellos o juzgarlos con demasiada crueldad. Uno puede ser severo sin ser cruel, aunque parece que se nos ha olvidado y nos mola eso de ponernos el traje de dictador moralista.
  2. Tienen algún tema o asunto por ahí dentro pendiente. Muchos dicen eso de «no sé lo que me pasa, no sé por qué estoy así», pero el 99% de las veces eso es mentira. O no quieren admitir y aceptar ese tema pendiente que se los come por dentro (otro rasgo elemental son las tremendas comidas de olla que se pegan) o no quieren hablar de ello o bien les da vergüenza contarlo. Pero algo concreto, a veces con nombre y apellido o fecha exacta, les pasa y, por lo que parece, hasta que no lo arreglen no podrán salir de dicho estado.
  3. Creen que no pueden cambiar. No tienen esperanza por cambiar. Incluso llega un día donde ya no tienen ni ganas. Llevan tanto tiempo así que sólo pensar en el esfuerzo que supondría cambiar (aunque fuera a mejor) les provoca una ansiedad dentro de tres pares de cojones. Suficiente para optar por quedarse así.
  4. El último punto es delicado por lo travieso que resulta (pusilánimes salgan ahora de la habitación). Todo amargado que se preste tiene a alguien cerca que lo colma de atenciones, de ayuda y, con un poco de tiempo, de su vida y salud mental. He observado que en soledad (o destierro, elegid la versión menos ofendible) su amargura desciende y algunos incluso dejan de culpar a la vida y al mundo de lo que les pasa y empiezan a culpar a su propia amargura de todas las consecuencias que se presentan. Pasan de un «estos hijos de puta me han abandonado, ahora sí que todo se irá a la mierda» a un «bueno, parece ser que me lo he ganado a pulso. Tengo que pensar en esto profundamente, ha llegado la hora de hacer algo».

Si no tuviera mucho más que hacer esta semana podría escribir un libro sobre esto. Por suerte para todos no será así y podréis pensar en leer algunos de los que ya se han escrito sobre el tema, mejor de lo que podría hacer yo en siete vidas. Cualquiera de Albert Ellis, Dyer o Maltz os puede servir.

Como decía precisamente Ellis: «lo primero es la predisposición». Uno que no quiere cambiar dice que sería más feliz si los demás cambiaran. Imaginad el carajal. No puedes ayudar a alguien que piensa que no necesita ayuda. Está claro imagino. Nada más. A pensar.

PAZ Y FUERZA.

Joan Gallardo.

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