¡Qué difícil es no juzgar! Y más cuando se te da bien. Por eso quizás cueste renunciar a ello. En el fondo no es que no quieras dejar de juzgar… es que no quieres dejar de tener razón en tus juicios. Puede que sea uno de los mayores pasatiempos del ego: Tener razón. Tan tentador como artificial.
No me interesa que en mi lápida ponga: «Joan Gallardo: Un tío que tenía razón». Supongo que tú tampoco lo quieres.
Quizás si empiezas a renunciar a tener razón termines por no juzgar tanto. O por no hacerlo en absoluto.