No puedes enseñar nada a tus hijos que no te creas y hagas antes tú. Les haces pedir perdón al tiempo que aprenden a hablar y tu rencor se ve a kilómetros de distancia. No quieres que chillen pero eres el primero que cree que cuanto más levantes la voz más caso te van a hacer. Quieres que te presten atención pero luego te quejas e ignoras sus «llamadas de atención».
Mírate a través de los ojos de tu hijo. Míralo menos a través de los tuyos.