Nada peor que la torpeza de las prisas. El equivocado quiere correr para reparar y resulta siempre forzado y tosco. Descoordinado. Puedes equivocarte y no mereces el juicio de nadie. Pero se nota cuando te juzgas a ti mismo. Se nota en la urgencia de la reparación, en la sonrisa acartonada, en el exceso, en la plasticosa atención y en el deseo de perdón externo. No debe forzarse jamás nada pues la verdad siempre aparece en su justo momento.
