Los despertares suelen ser duros. Duelen. Aunque sea sólo al principio, pero duelen. Sin embargo estás tan acostumbrado a huir del dolor que ese primer shock te empuja hacia tu anterior forma de ser. Ya es tan familiar la palabra «Anestesia» que la asocias con algo bueno. Tan bueno que vives ciertamente anestesiado. Anestesiado y adormecido pasas los días hasta que el despertar es inevitable y obligado. Entonces la morfina ya no penetra en tu espíritu y éste se rebela contra el ego espetando un sereno «ya basta, ahora es el momento«. Cuando sientes el primer picotazo punzante de la verdad, es justo el momento de aferrarte con todas tus fuerzas. Sólo exprimiendo el primigenio dolor de la verdad aparece el jugo de la esencia dormida. No tengas miedo.