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Nunca es tarde.

«Tengo 34 años, ya debería haber encontrado mi lugar en el mundo».

Jose me contrató para ayudarle a pensar mejor. Simplemente. Me dijo: «Estoy hecho un lío, me siento muy cansado y no pienso con claridad». Pero había algo más. Algo que se lo estaba comiendo vivo por dentro: Jose pensaba que ya llegaba tarde a la vida. Que, a sus 34 años, ya debería estar asentado tanto sentimental como profesionalmente.

—Joan, con 34 años para 35 ya debería haber encontrado mi lugar en el mundo.
—¿Quién dice eso?
—Pues…
—¿Tu padre?
—Mi madre.
—Me lo olía —le contesté.

Es muy común ver cómo generaciones pasadas, que vivieron en un mundo que hoy ya no existe, les explican a las nuevas generaciones cómo funciona el mundo.

—Eran otros tiempos, Jose. Otro mundo.
—Pero… ¿tan distinto era?
—Sí. Por ejemplo y para que te hagas una idea. Antes, en los ochenta y los noventa, los jóvenes se podían costear más fácilmente una casa o un alquiler. Se iban mucho antes de casa, recién superada la veintena. Eso les permitía comenzar antes una vida de adulto con plena responsabilidad de su vida y, normalmente y como dice tu madre, a los 34 ya tenían la vida prácticamente asentada en cuanto a trabajo, finanzas, vivienda, pareja e hijos. Ahora los jóvenes se emancipan a los 30 años de media. Una locura. Es normal que sientas que llegas tarde a la vida porque… realmente es tarde, pero no quiere decir que sea «demasiado» tarde.
—Si yo eso lo sé, Joan, y se lo digo a mi madre pero cuando lo hago me dice: «Excusas».
—Bueno, tu madre es tu madre y te querrá con locura pero no es perfecta. No tiene la razón sólo porque te quiere. En este caso, no tiene razón —le respondí.
—Ya… pero me afecta.
—¿Te afecta que te digan algo que no es cierto?
—Me afecta sentirme fracasado.
—¿Por qué te sientes así?
—Porque aún no sé lo que quiero hacer con mi vida definitivamente.
—Yo tampoco lo sé y no me siento un fracasado.

A Jose, en un milisegundo, se le salieron los ojos de sus órbitas.

—¿¿¿Cómo???
—Que yo aún no sé cómo configuraré mi vida definitivamente. No sé dónde viviré dentro de 10 años y, por ejemplo, no sé a qué dedicaré mi tiempo. No sé si haré sólo mentorías, o si sólo escribiré, o si pintaré cuadros o si haré cualquier otra cosa.
—Pensaba que lo tenías claro, Joan.
—Oh no, no tengo ni idea de lo que haré cuando tenga 50 años. Pueden pasar muchas cosas que no puedo imaginar. Igual a los 50 estoy escribiendo cuentos infantiles desde Islandia, ja, ja, ja.
—¿Y no te agobia eso?
—Para nada, intento ser feliz en cada etapa que va saliendo en mi vida e intento estar atento por si dejo de serlo y hay que cambiar algo. Ya está.
—¿Así vives tú?
—Sí. Doy todo lo que tengo, hago las cosas bien e intento ser feliz. Punto. ¿Lo haces tú?
—¿El qué?
—Darlo todo, hacer las cosas bien e intentar ser feliz.
—Menos lo último… sí.
—Jose, ¿qué puedes hacer para ser un poco más feliz?
—No escuchar a mi madre.
—Ja, ja, ja. No es eso exactamente pero vale, ¿algo más?
—Sí… no meterme tanta presión… y ser más amable conmigo mismo.
—Eso ya me suena mucho mejor… y recuerda: es mejor llegar tarde que nunca llegar.
—De acuerdo, Joan. Muchísimas gracias…

Jose me llamó al cabo de unas semanas. Me contó que se encontraba  mucho más relajado y que había dormido como nunca desde nuestra última sesión. Me dijo que iba a intentar encontrar su lugar en el mundo pero siempre intentando ser feliz durante el proceso. Con paciencia. Estando siempre dispuesto a cambiar y empezar de cero cuando fuese necesario.

Porque el camino puede ser tan satisfactorio como el destino. No lo olvides.

Fuerza y paz.

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Publicado enEl Blog de Joan.

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