No hay que subestimar jamás el valor e importancia de las buenas hostias de la vida.
Cada hostia de la vida se come, gracias a Dios, una parte de nuestros negros egos.
Yo tenía un ego más grande que yo mismo.
Y era así porque aún no había vivido mucho aún.
Creo incluso que, al final, a la tumba llegamos desprovistos de ego.
Aunque sea en el último minuto.
Simbólico eh.
FUERZA Y PAZ.