El impaciente vive peor. No tengo ninguna duda.
Es siempre una versión del niño caprichoso que no acepta que la Navidad no puede adelantarse y que la cena no puede servirse solo porque él tenga hambre.
La impaciencia es, entonces, una forma de vanidad. De inmadurez. De debilidad.
El impaciente no sabe esperar porque cree que la vida no debería hacerle esperar. Este pensamiento demente representa el rechazo de fondo del funcionamiento natural de la vida y sus tiempos. Y no se puede disfrutar una vida de la que no se acepta su naturaleza.