«-¿Qué ha querido decir con eso?
-¿Qué te gustaría que hubiera querido decir?»
En esta maravillosa escena de «RocknRolla» Archie vacila al flojo concejal mostrándole la vaga importancia de las opiniones y expresiones que los demás pueden decir. Como si a todo le pudiéramos sacar punta o llevarlo de un lado u otro.
Quizás el concejal se conforme (o desee) con que alguien le ayude a tener su propia opinión sobre una situación concreta. Como si lo primero que fuera a sentir careciera de fuerza o rigor. Y pasa constantemente.
Tú tienes una opinión bastante pura y sincera sobre un hecho… hasta que empiezas a dudar de ella por lo que otros piensan y opinan.
Recuerdo que de niño una chica era guapa cuando la mayoría estaba de acuerdo en ello. Por muy guapa que te pareciera a ti la niña de las gafotas, todo lo que pudieras sentir se veía amenazado por las sentencias de la mayoría o de los juicios respetados de ciertos miembros de la clase, normalmente los más populares, normalmente los matones, normalmente los más paletos. Si no eras mínimamente fuerte y te acercabas al «parlamento estudiantil» las dudas se apoderaban de ti y, súbitamente, esas gafotas cada vez eran más grandes y ese ángel de niña empezaba a mutar a gárgola.
Y no valía la pena. No vale la pena. Jamás valdrá la pena.
Nunca te dejes influenciar por las opiniones de la masa o de «influencers» si a cambio estás exponiendo la fragilidad de tus propios pensamientos u opiniones. Es más, es mucho mejor una opinión equivocada PROPIA que una acertada ajena. La primera te lleva a la humildad y al crecimiento, la segunda te conduce al victimismo, convirtiéndote en una oveja.
Al fin y al cabo, la verdad y la razón como conceptos son escurridizos. Aquí, en Mallorca, en mayo ves a gente con jersey, otros en manga corta y otros con chanclas y calcetines a la vez. Hace calorcito y rasquilla al mismo tiempo. Si todos quisieran ponerse de acuerdo, algunos se constiparían y otros sudarían Nivea.
DESPIERTA.
PAZ.
Joan Gallardo.