Tendría yo unos 12 o 13 años. Lo sé porque llevaba el pelo largo atado en una coleta y el pelo largo me lo dejé hacia el final de primaria. Por eso sé qué edad tendría.
Estábamos en el patio a la hora del recreo. Yo aún me estaba terminando mi Bollycao cuando de repente se armó un revuelo, más bien una escandalera. Vi a gente correr gritando de un lado a otro. Primero me asusté, luego ya no. ¿Por qué? Porque vi algunas caras de pura excitación. Sonrisa y ojos enloquecidamente abiertos.
Entonces supe lo que era. Era una pelea.
Obviamente fui a ver.
Eran dos chavales. Uno mayor que el otro. Los conocía. Hacía tiempo que se sabía que tarde o temprano terminarían así. El mayor le arreó primero. Un puñetazo en la oreja. A esas edades nadie sabe pelear en realidad. El otro, asustado, salió corriendo como pudo. El mayor le fue detrás.
Cuando lo tenía cerca le arrojó una patada. Sin puntería. Al bulto. Sin estilo. Le dio al aire y al bajar la pierna y apoyar el pie en el suelo… resbaló. Resbaló y en un escorzo calló de boca al suelo. Se rompió los dos dientes delanteros, las dos palas.
Lloraba como un niño pequeño.
El otro, reía a unos pocos metros de distancia con la oreja roja.
Cuidado, uno nunca sabe lo que le espera.
70/1000
FUERZA Y PAZ.