Salía del trabajo y las calles estaban llenas de prisas.
Todo era normal, hora punta y ni medio metro entre coche y coche. Todo ordinario hasta que he presenciado una de las escenas más bonitas e impactantes en muchos años.
A unos 20 metros una gran gaviota ha aparecido sobre los coches cayendo en picado entre esos tanques de dos toneladas, mobiliario urbano, asfalto y una enorme rata para salir con ella en la boca de vuelta.
No ha importado que no fuera su lugar. Ni el peligro. Ni la muerte. Ni que la miraran. Ni que no la miraran.
Había una rata y ella estaba por allí. Fin de la historia.
Ni miedo ni excusas. Sólo ella y su deseo.
Porque si hay amor no hay miedo.
Nunca son las dos a la vez.
Ha sido épico, inspirador.
Ha sido arte.