Mi primera red social fue twitter. Allá por 2009. Yo tenía 25 años.
Ahí hice un amigo que trabajaba como camarero pero que adoraba todo sobre el mundo del entrenamiento y así lo transmitía en esa red social.
Tenía los conocimientos sobre ello que sólo puede tener alguien que siente amor por lo que estudia.
A los pocos meses comenzaron a pedirle que diese entrenamientos on-line. Y así lo hizo.
Sacó un servicio de entrenamiento on-line que anunciaba de vez en cuando mientras seguía con su labor de divulgar gratis.
El chaval estaba feliz de la vida.
Hasta que un día me contactó, muy nervioso y triste.
Me enseñó un montón de capturas de pantalla de personas que hasta ese día le seguían.
Le llamaban vendido, vendehúmos, pesetero, flipado y cosas así.
El chaval estaba hecho mierda. La verdad.
Me pidió consejo y yo le respondí: «Que les den por el culo. Divulgas gratis y algunas personas quieren más y están dispuestas a pagarte por ello. ¿Qué tiene de malo? Que se jodan los otros. Si no les gusta que se piren. Tú sigue haciendo lo que haces. Si sigues así pronto podrás dejar tu trabajo actual y tendrás tiempo para dedicarte a esto y, encima, para seguir divulgando gratis como haces».
Él me dijo que sí, que tenía razón.
Pero no quedó ahí la cosa.
El chico siguió su camino, superó los 10000 seguidores en Twitter en un tiempo donde eso era una puta locura. De vez en cuando me enviaba capturas de los mensajes de sus haters. Se notaba que le afectaba.
Un día recibí el mensaje que sabía que recibiría en cualquier momento.
«Lo dejo Joan. Ya ni duermo por la noche. Ahora ya me come la ansiedad cada vez que tengo que darle al botón de publicar en Twitter».
Yo le dije que se lo pensase con calma. Lo siguiente que supe de él fue la nada. Le mandé un correo que tardó meses en responder.
Al final no dejó su trabajo y su implicación en el mundo del entrenamiento se limitó a hacer de voluntario guiando a gente en excursiones por el monte.
Años después, recibí un correo de su parte. Le invité a hacer una videollamada por Zoom. Hablamos un rato y no pude evitar decirle lo siguiente:
«Tío, por culpa de un puñado de infelices de mierda dejaste fuera de tu vida a mucha gente que sí valoraba lo que hacías y que te apoyaba. Que incluso se alegraba de que las cosas te fuesen tan bien.
Los malos vencieron a los buenos, tío».
No quería ser duro pero era necesario.
Porque los buenos no se merecen que nos achantemos ante los malos.
A tomar por culo.
Por estas cosas lo de «Fuerza y paz». Por estas cosas, ese orden.