El Penúltimo Escalón. Parte II.

Sigamos.

La gente es infeliz en su mayoría, y cualquier motivo es bueno para ello. Digo motivo, no excusa, porque la excusa es usada para mentirse a uno mismo sin importar lo alucinante de dicha excusa. Yo las he usado, tú también. Todos lo hemos hecho. Nos hemos mentido sobre nuestra felicidad, o su ausencia.

La felicidad. Nos hemos creído que su consecución está cerca de nosotros, pero que no está completamente bajo nuestro control. En lugar de deshacer este nudo nos concentramos en echar la culpa a aquellos que identificamos como obstructores de nuestra plenitud y felicidad. Y nos convertimos en maestros de este arte cuando llegamos al penúltimo escalón.

La gente es infeliz en su mayoría,
y cualquier motivo es bueno para ello.

En el penúltimo escalón la separación con todo y todos es brutal y salvaje. Sientes que estás solo en el mundo y que los que te rodean son los hacedores de tu desgracia. Que tu amargura y apatía son la resulta de lo que pasa fuera de ti. O de lo que te hacen.

Es una mentira cómoda, como un puñal clavado en la espalda en un lugar insensible. Te irá desangrando aunque no lo notes… aunque sepas que está ahí.

Tu laxo argumentario y vagas excusas refuerzan tu ego en el penúltimo escalón. Eres como la escena típica de película donde quedas colgando de un precipicio. Cuando ese personaje que no sabes si es amigo o el villano de la cinta te ofrece la mano para salvarte mientras dibuja una malévola media sonrisa de lado en la cara. Ya sabes que siempre es el villano al final. Ese villano es tu ego.

Confío más en el suelo que en el ego. Confío más en la tristeza que en el ego. Confío más en el dolor que en la promesa del ego. Tú y el ego sois Bonnie & Clyde, final incorporado.

En el penúltimo escalón te vas a convertir en una máquina de culpar. Una metralleta de auto-mentiras y excusas. Irresponsable y patético.

Ante tal panorama: ¿no es mejor dejarse caer?

Piensa en la siguiente situación: Vives en un primer piso, a dos metros y medio del suelo. Son las 2 de la mañana y hace un frío de cojones. Sales al balcón porque has oído un ruido raro en la calle. Sales medio dormido y sin darte cuenta cierras la puerta corredera que sólo se abre por dentro. Estás encerrado en el balcón, en pijama de algodón y cero grados. No puedes entrar ni aporrear la puerta porque no te van a oír. Empiezas a cagarte en los demonios y santos que conoces. Estás solo. Sólo hay una posibilidad, dejarte caer hasta la calle y tocar el timbre de la puerta principal que sí se oye por toda la casa. Pero te da miedo romperte un tobillo. Sólo hay dos situaciones posibles y dos tipos de persona para cada situación.

¿Qué harías tú? ¿Qué clase de persona eres tú?

El balcón es el penúltimo escalón.

PAZ.

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