Suele suceder que perdemos demasiado de vista la posibilidad de la derrota. De no conseguir lo que en un principio nos habíamos propuesto alcanzar. Queremos ese trabajo, ese coche, esa pareja, ese dinero, esa casa y esa posición. Luchas por ello y te centras sólo en ello, pero a veces «ello» no está interesado en ti, y no contamos con eso.
Buscamos un destino muy concreto sin saber si dicho destino nos pertenece en algún modo. Y si no lo consigues tu mundo se viene abajo. Nunca creemos poder perder. Pero sucede.
Sin embargo, con la creación de la esperanza aparece al lado la desesperanza. Y ese es, precisamente, el momento perfecto para dejar ir un poco la cuerda. Para ver las manos encalladas y ensangrentadas, incapaces de acariciar de tanto apretar y no dejar ir.
Es en pleno dolor y desesperanza cuando más fácilmente puedes renunciar al apego. Con eso, las esperanzas suelen marchar, con ellas la desesperanza también.
Entonces queda un camino libre, claro, sin ilusiones ni proyecciones. Puro, como suele pensar un niño. Abierto en canal y preparando toda la energía para el siguiente día, no más. Sin invenciones ni deseos de un destino enlatado. Preparado para que la vida y lo que tenga que ser atraviese cada partícula de nuestro cuerpo físico.
Como decía Walt Whitman…» Disfruta del pánico que te provoca tener una vida por delante».
Que tengáis un día cojonudo! Un abrazo!