«Creería en Dios pero en el fondo no creo en él porque… no me gusta cuando dice esto y hace eso otro».
He escuchado tal cosa muchas veces.
A lo que yo suelo contestar lo siguiente: «Tus gustos o preferencias no hacen que Dios exista o no. A mí tampoco me gusta cuando mi dentista me taladra alguna muela pero ella sabe más que yo entonces… simplemente confío en ella y voy».
Y otra cosa importante: la distancia entre su mente y la nuestra es simplemente sideral. No podemos ni concebirlo. Imagina a un niño de 3 años discutiendo sobre lo que está bien o mal con su padre, ¿tiene algún sentido? Es evidente que su padre sabe más por la diferencia de magnitud entre su mente y la de su hijo. Pues bien, la diferencia entre nuestra mente y la Dios es infinitamente mayor que la diferencia entre la mente de un bebé y la de su padre.
Teniendo esto claro, a mí sólo me sale del corazón decir una cosa cuando veo que pasan cosas que no me gustan: Dios sabrá, sin duda, más y mejor que yo.
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FUERZA Y PAZ.