Miguel entró triste un día en mi despacho. No era común en él. Le pregunté si le había pasado algo o si simplemente tenía el típico mal día. Me dijo, como todo el mundo dice, que no le ocurría nada.
Le pedí que habláramos de ese nada.
«No sé ni por dónde comenzar». Le sugerí que comenzáramos por lo que estaba pensando cuando entró por la puerta. «Tengo 37 años y estoy sólo», dijo.
No me sorprendía demasiado que lo estuviera. Se había configurado una vida donde era imposible dar cabida a una pareja. Era como si, por culpa de su vacío interior, hubiera rellenado cada hueco de su tiempo libre en otras ocupaciones y trabajos. Simplemente intentó llenar espacios vacíos para entretener su mente y espíritu. Precisamente así fue cómo su mente y espíritu quedaron sin espacio para reunir las cosas que realmente necesitaban.
No me caracterizo por hablar con miedo ni por callarme. Le dije que si yo me enamorara de él, desistiría por pura agenda. Pensaría que no tendría tiempo para mí. No tendríamos cafés ni cenas. Mucho menos cines y paseos.
Hacía años que no tenía una pareja estable, justo el tiempo que utilizaba en acribillar el mismo tiempo con entretenimientos. Es difícil mirar fijamente lo que descubres que te mira desde hace más tiempo y con más fijación.
«Nunca vas a poder atraer lo que tú mismo estás ahuyentando». Acababa de dar una estocada. Justo donde duele. Justo donde aprendes.
Un día apareció en mi despacho una carta de excedencia de uno de sus empleos. Era el inicio de la creación del espacio, de la liberación del tiempo. Y así como es la vida no tardaría mucho en llenarlo. Justo con lo que más deseaba. Una pareja. Lo supe en cuanto descubrí un nuevo tipo de sonrisa nunca antes visto en él una mañana cualquiera.
Y fue el momento de una de mis frases más repetidas a lo largo de mi vida: «lo sabía».
Nunca seas el verdugo y la víctima a la vez de tu propia vida. Libera espacio, libera tiempo y deja que todo llegue.
Fenómeno. Nada que añadir.
Gracias amigo! Me alegra mucho que te haya gustado!