Cuando estoy alterado emocionalmente, ya sea por júbilo o por tristeza, intento concentrarme en una cosa: no hacer nada, no decir nada y no decidir sobre nada.
Alterado soy más estúpido. Pienso de forma más estúpida. Actúo de forma más estúpida.
Envejeces. Entregas tantas horas a tus obligaciones que estás agotado para el poco tiempo libre que te queda. Y te preguntas: ¿No hay otra forma de vivir?
Pues no lo sé. Pero puede ser que le cuestión sea intentarlo. Buscar si existe esa forma. Porque me huelo que es mejor buscarla y al final descubrir que no existía que no buscarla y pasarse media vida preguntándose si existía o no.
—¿Qué quieres exactamente?
—Hacer lo que tengo pensado hacer.
—¿Tienes planificado y organizado eso que quieres hacer?
—En mi cabeza.
—¿En tu cabeza? Ese lugar es demasiado grande. ¿No tienes agenda?
—No. No uso.
—¿Y una hoja donde escribir ese plan?
—No.
—Entonces olvídate de ser disciplinado.
—¿De verdad?
—Sin orden no hay organización. Sin organización no hay disciplina, sólo improvisación e ineficencia. Piénsalo, si quisieras que alguien hiciese por ti algo extremadamente importante para tu vida, ¿se lo dirías de palabra o se lo apuntarías en un papel con las instrucciones exactas y los plazos concretos?
—Se lo escribiría con todos los detalles, tiempos y plazos para que completase la tarea…
—Eso es lo que yo pensaba…
Te das cuenta de que has metido la pata y aceptas tu error. Pero lo aceptas de verdad. Sin excusas ni justificaciones.
Te sientes como una mierda. Entiendes el daño hecho.
Reflexionas largo tiempo sobre tu error y descubres que podrías y querrías haber actuado de otra manera. Así, aprendes. Sacas una lección.
Intentas arreglar o aliviar el daño hecho. Pides perdón al otro o te pides perdón si tu error tiene que ver con algo que te has hecho a ti mismo.
Haces propósito de enmienda. Tomas la resolución firme de no volver a repetir ese error y te prometes el mayor del esfuerzos para conseguirlo.
Te perdonas. Y tomas la responsabilidad firme de hacerte merecedor de ese perdón.
Decides ganarte doblemente el derecho a tu propio perdón perdonando todo y a todos los demás. No eres más severo y cruel contigo mismo ni con los demás. Haces tuyo el idioma del perdón.
—Tienes que ser fuerte.
—¿Cómo, papá?
—Resistiendo la tentación de actuar débilmente.
—Pero…
—¿Puedes imaginar cómo actuaría alguien débil ahora mismo?
—Sí, creo que sí.
—Pues haz lo contrario a lo que haría alguien así.
Se trata de diferenciar entre lo que se quiere y lo que se necesita.
Y después, de querer lo que se necesita.
Si algo tenemos dentro es el conocimiento de cuando estamos eligiendo mal.
Sabemos cuándo malgastamos dinero.
Sabemos cuándo obramos mal.
Sabemos cuándo no estamos siendo disciplinados.
Sabemos cuándo estamos evitando hacer lo que deberíamos hacer.
Lo que pasa es que también tenemos dentro la capacidad de decirnos que no sabemos. Que no sabemos distinguir. Que no sabemos elegir.
Y esto es así porque también tenemos dentro otra cosa: la capacidad para mentirnos.
Pero, pero, pero… también tenemos dentro una última: la incapacidad para creernos nuestras propias mentiras. Siempre sabemos cuando nos estamos mintiendo. Por mucho que digamos que no.
«Hubo un momento, un punto en tu pasado reciente, un error, una orden, una decisión… algo que te llevó hasta este punto. Mi único consejo es que encuentres ese momento y… medites sobre él.
Es la única manera de reconciliarte con este fracaso»
—Phillip Price, personaje de Mr. Robot.
Toma este consejo siempre que la vida se te tuerza. No puede ser más bueno, útil y certero. Quien busca en el pasado, quien busca de verdad la verdad, encuentra.
No puedes llegar a ser feliz si tienes cerca a gente que no cree en ti.
Pero la pregunta en realidad es:
¿Por qué, si quieres ser feliz, ibas a rodearte de personas que no creen en ti?
Yo creo en todas las personas a las que quiero.
Y yo pido lo que doy. Y doy lo que pido.
Pero antes de pensar en qué personas de tu entorno te quitan energía, lo que tienes que hacer es preguntarte en qué categoría estás tú. Porque es muy común ver al cretino hablar de cuántos cretinos hay.
Cuando estés seguro de que no robas energía a los demás podrás poner tu vida en orden y no permitir que los que sí lo hacen se acerquen a ti.
Y recuerda: sé muy celoso de tu energía. Cuídala y protégela.
No hay motivación sin buenos motivos.
Y no puedes motivarte para hacer cosas que detestas hacer. Deja de intentarlo.
Lo único que hay es la satisfacción por completar una obligación indeseada.
Es lo único en lo que puedes pensar para llevar a cabo las acciones más pesadas y detestables.
Recuerda que están las cosas que te gusta hacer y luego están las cosas que te gustará haber hecho. Intentar pasar las segundas por las primeras es inútil.
El resentimiento y el odio hacia los demás lleva al auto-resentimiento y al odio hacia uno mismo.
Todos hemos cometido errores o hecho daño a alguien alguna vez y todos hemos querido ser perdonados por ello. Si nosotros no perdonamos caemos en una injusticia moral. Y la felicidad es inalcanzable para la persona que no atiende una buena ética y moral.
Eres un modelo de conducta para las personas que te quieren y quieres. Siempre estamos enseñando algo a los demás.
Al final, el rencor y el odio dañan más al que lo tiene dentro que al objeto del mismo.
La vida es corta y pasa rápido, ¿Qué sentido tiene pasarla conservando una rabia que podría liberarse a través del perdón?
Sin perdón no hay paz interior y sin paz interior no hay felicidad. Es decir, sin perdón (o con rencor y resentimiento dentro) la felicidad no puede llegar.
Sin perdón el pasado no puede trascenderse. Y sin esto, no se puede seguir adelante.
El perdón deshace todo victimismo. Mientras tenga algo por perdonar, tendré algo por lo que sentirme como una víctima.
El perdón no es sólo un favor que le haces al otro. Sobre todo es uno que te haces a ti mismo.
Si no perdonamos le damos razones a la persona que nos ha ofendido para seguir siendo como es pues ésta pensará: «míralo, sabe odiar igual que yo porque en el fondo es como yo».
BONUS PARA CRISTIANOS: Porque Dios nos lo pide y porque él nos dio el ejemplo. Y Esteban también, dándonos uno de los ejemplos más increíbles de la historia.
Pregúntale al millonario con insomnio cuánto pagaría por poder dormir.
Pregúntale al millonario infeliz cuánto pagaría por poder ser feliz.
Pregúntale al millonario que se odia cuánto pagaría por poder quererse.
Las cosas importantes, las que de verdad importan, nos igualan a todos.
La felicidad, la paz de espíritu, la autoestima, la amistad, el amor… y poder dormir tranquilo.
Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies