Diario de Joan Gallardo #8 – Bullying.

10 de Noviembre, 2018.

Muchos niños sufren en el colegio. El bullying es un ego cercenador de auto-estima infantil. Me la suda lo que se esté haciendo, está claro que no es suficiente. Estamos más preocupados del «día de la fruta» que de estas cosas. Nombres bordados en calcetines, grupos de whatsapp de padres como patio de luces de cotorras y otras muchas cosas que, siendo buen chico, diré que tienen una importancia relativa.

Pero hay bullying. Incluso en edad de parvulario. Lo he visto con mis ojos. Lo sabéis tan bien como yo.

Cuando yo era niño había un par de figuras realmente fuertes en mi colegio. En concreto un profesor y una profesora. Nadie hablaba nunca con ellos, ahora bien, cuando había un problema deseabas que alguno de los dos apareciera por ahí.

Me pregunto si el coleguismo absoluto profesor/alumno actual se está cargando esa verdadera protección. Si el jodido buenismo nos está haciendo ineficaces. Yo creo que sí. Y estoy deseando, para mi tranquilidad, que alguien me demuestre lo contrario.

No quieren un policía (o dos) en cada patio. Se quejan de personal. Pero no quieren más personal. No quieren estado policial, no quieren molestar. El bullying sigue creciendo. ¿Por qué no hay una charla semanal sobre eso de alguien que lo haya vivido y sepa cómo funciona? Los libros y la formación académica no llega a todos los puntos. No eres capaz de contarme nada así que no hayas vivido. Puede leer sobre cómo huele la mierda, pero sólo puedo hablarte de ella y puedo reconocerla si la he olido en algún momento de mi vida.

¿No te gusta mi lenguaje militar? Las revoluciones no son simples ni son para los débiles, por mucho que después se vean beneficiados por ellas. Algunos no daremos un solo paso atrás. Los pesados suelen ganar siempre… siempre que no se retiren.

Sigamos. Porque no se está haciendo lo suficiente.

PAZ.

Joan Gallardo.
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Diario de Joan Gallardo, Entrada #7 – Redes A-Sociales.

17 de Octubre, 2018.

No comprendo la mayor parte del tiempo al ser humano. Sobre todo en redes sociales. Hay quien se transforma en un monstruo cuando coge un coche, hoy en día la mayoría lo hacen cuando participan en redes sociales. Ahí mantienen actitudes que jamás en su vida se atreverían a tener en la vida real. Es un nido de cobardes y frustrados envidiosos.

Si yo veo un vídeo en youtube que no me gusta salgo y no veo más de dicho canal. Haz lo que quieras pero liarse a dar dislikes y dejar comentarios faltones porque sí me parece una gilipollez y una inversión de tiempo digna de un anormal en potencia. Para otras cosas siempre se puede denunciar personalmente el vídeo, si tan bueno eres.

No me gustan las redes sociales. Pero participo de ellas precisamente por eso. Como dijo Alejandro Jodorowsky en una entrevista en televisión: «no se puede cambiar al mundo pero se puede empezar a cambiarlo. Por ejemplo, mi principal enemigo es la televisión, yo jamás iría a un programa de televisión como este, sin embargo estoy, porque tengo que colaborar a que mejore». 

No comprendo qué hostias hace la gente en redes sociales si no es para colaborar a que mejoren. ¿Colaborar para empeorarlas? ¿Tiene eso un puto sentido? No es que nos estemos volviendo locos, es que ya lo estamos, por conductas así de esquizoides ya no disimuladas y normalizadas por la masa. ¿Está jodido eh?

Los perfiles de twitter más famosos son aquellos, anónimos por norma, que no paran de dar leches a diestro y siniestro. Los «enfurecidos» y «cabreados» que dejan al personal más enfurecidos y cabreados los unos con otros. Pues cojonudo.

Yo, Joan Gallardo, que tenéis mi teléfono y dirección en la red por si acaso, seguiré… aunque lo deteste y no quiera. Porque no hacerlo sería aceptarlo y normalizarlo. Y no me sale de las pelotas, aunque solo no vaya a conseguir nada.

PAZ JODER, PAZ.

Joan Gallardo.
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Diario de Joan Gallardo, Entrada #6 – Ignorantes Voluntarios.

12 de septiembre, 2018.

Me estoy tomando una cerveza en una acera. Esto no se puede llamar terraza. Al menos la birra está bien.

A mi lado hay dos chavales hablando sobre la vida y los problemas. Mezclan sin despeinarse un cociente intelectual medio con asuntos impresionantes. Creo haber escuchado a uno de ellos el adverbio «consecuentemente».

Hablan tan fuerte que no me dejan leer. Están a treinta centímetros el uno del otro y gritan. Estoy entre montar una escena semi-violenta o estudiarlos. Aunque me apetece más lo primero opto por lo segundo.

Deduzco que uno de ellos pasa apuros económicos y el otro le dice que «la vida no sólo es el dinero». En la mesa hay dos Iphone.

Quince minutos de charla para hablar de todo menos del problema real del chico: que no tiene ni puta idea y su amigo menos. Me dan ganas de sentarme con ellos y decirle «o gastas menos o ganas más a partir de ahora, y si no, terminarás viviendo de nuevo con tus padres, si es que te quieren» para después terminarme su jarra de cerveza e irme lentamente como en las películas mientras me pongo mis gafas de sol.

¿Sabe este chico que hay libros sobre esos temas?

¿Sabe que su amigo no tiene la solución?

¿Sabe que tiene que trabajar, como mínimo, un mes de su vida para pagar el trasto ese que tiene encima de la mesa? ¿Mil pavos para hacerse selfies y mirar facebook?

A veces (digo a veces por ser suave) parece que la gente está encantada de ser estúpida. Como si la ignorancia te hiciera más aceptable en la sociedad. Puedes nacer con un nivel de estupidez, incluso con un gran nivel de estupidez. Por desgracia, puedes haber nacido muy tonto de fábrica. Pero, por Dios, si quieres puedes mejorar eso. Hasta incluso situarte por encima de la media. Hay un punto donde un idiota con conocimientos puede ser más útil que un listo pero vago, que no coge un libro ni para matar una mosca. Yo preferiría ser del primer grupo. Puede que hasta lo sea, pensándolo bien.

Hoy en día, si eres feo es porque quieres. Y si eres tonto, es porque quieres también.

Coge un puto libro. Usa internet para más cosas, ni te imaginas lo que hay ahí. Hasta podrías empezar a diferenciar «ahí», de «hay». Ay…

Hasta pronto. PAZ.

Joan Gallardo.

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Diario de Joan Gallardo, Entrada #5 – Un Día en el Dentista.

31 de agosto, 2018.

Este martes mi hijo tuvo que ir al dentista. Creo que ni él ni yo queríamos, aunque debíamos ir.

Le dolía una muela y ambos nos olíamos el final. Él obviaba la conversación previa, yo obviaba que sabía que la obviaba.

A pesar de la amabilidad olía amargo ahí dentro. Tanta limpieza no es de trigo limpio. El esfuerzo por la asepsia siempre me pareció sospechoso.

Antes de que pudiera darme cuenta ya le estaban inyectando el anestésico en la boca con una jeringuilla, a traición, sin avisar. Ellos sabrán. En ese momento la vena de mi frente era casi fálica. Sentía un fuego dentro que terminaba conmigo sacando a mi hijo de ahí en brazos y saltando por una ventana rompiendo el cristal con la cabeza. Pero como le quiero no puedo caer en lo fácil. Me puse el traje de papá normal y corriente a cambio. La muela salió y nos marchamos.

Le di un abrazo nada más levantarse de la hamaca de tortura y le dije que estaba orgulloso de cómo se había portado.

Percibía descoloque y aturdimiento en su cara. No sabía si estar enfadado por la puñalada bucal o estar contento porque había terminado más rápido de lo que creía. Al salir de la clínica, le pregunté si quería hablar de lo que había pasado. Me dijo que no. Así que hablamos de videojuegos y el Minecraft de las pelotas.

Me guardé las mil caricias condescendientes. Compadecerme de él y sentir pena era lo fácil. Que me diera pena lo que había vivido podía desviarle de la introspección, del análisis, de pensar en ello. De él, para él. Como le quiero, no podía caer en lo fácil, que era quitarle eso.

Últimamente pienso que cuando te compadeces de alguien le cortas un trozo de ala. De libertad. Bastaría con estar cerca para dar toda la ayuda necesaria, pero a dos metros mejor. Mejor sería dejar espacio que un Kleenex.

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Diario de Joan Gallardo, Entrada #4 – Ancianas Cabreadas y las Cosas Importantes.

9 de agosto, 2018.

Estaba tomando café con mi madre en la terraza de un bar que dispone una plataforma de madera además de una mesa con sillas a los lados pegada a la pared, sobre la acera. Ahí estaba sentado yo, tomando café con mi madre hablando de lo mejor, las cosas fútiles. De repente una anciana se ha puesto frente a mí, y levantando su dedo índice me ha echado una regañina porque decía que mis piernas (estaba con una pierna cruzada pero pegada sobre la otra) podían provocar que una persona mayor tropezara y cayera.

He mirado si realmente estaba haciendo algo mal y, sin darme cuenta, estaba obstaculizando el paso, pero no. Había unos dos metros para pasar, y mis piernas estaban a la altura del máximo saliente de mi mesa. De tropezarse con mis piernas, podríamos hablar casi de acoso.

Otros estaban con la silla al completo sobre la acera, incluso ella había tenido que sortear una para llegar hasta mí. No entendía nada, pero la situación ya estaba ahí.

Tras la reubicación le he dicho: «no se preocupe señora, me fijaré más de ahora en adelante». Y se ha ido esquivando más sillas que estaban en peor sitio que yo. Unos diez metros más allá se ha puesto a hablar con una amiga suya que estaba limpiando persianas con una enorme escalera que cruzaba todo el ancho de la acera, la cual nuestra protagonista ha tenido que bajar para poder, primero hablar y segundo poder seguir su camino.

¿Si me he enfadado? No. En absoluto. Mi madre mucho, lo cual me ha servido para enfadarme aún menos. Siempre que queráis hacer un fuego, alguien tiene que traer un cubo de agua.

Para esa respetable anciana el asunto de la acera era, con toda seguridad, lo más importante del día. Tan importante que no ha tenido reparos en cantarle las cuarenta a un joven con los brazos tatuados y cara de pocos amigos. Es loable la defensa de su espacio para pasar por la acera. Deberíamos aprender a defender nuestras cosas importantes como ella ha defendido lo suyo. A tomar por culo joven.

Quizás hace medio año sí tropezó con alguien en ese mismo lugar y se rompió la cadera, de forma que no pudo salir a pasear ni un solo día en meses.

Quizás era la madre del barista que me pone el mejor café del pueblo. ¿Iba a hacerle sentir mal por eso?

Puede que ella misma, años atrás, provocara la caída de alguna otra persona y, al verme así, reviviera su dolor y culpa.

No olvidéis que lo que para vosotros es una chorrada, para otros puede ser asunto casi de vida o muerte. Hoy una anciana se podría haber vuelto loca por una acera. Mañana quizás yo mismo me vuelva loco cuando me vuelvan a dar una puta bolsa rota en Mercadona. Que entonces alguien tenga el cubo de agua al lado. Lo agradeceré.

Hasta otra.

Joan Gallardo.

PAZ.

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Diario de Joan Gallardo, Entrada #3 – Lluvia de Estrellas, Estrés y Whatsapp.

2 de agosto 2018.

El tiempo pasa rápido. Lo decimos pero no nos enteramos. Tenemos mucho estrés y muchas prisas pero aún así, vamos siempre más lentos que la vida. Notamos que se nos escapa. Puede ser porque estamos demasiado centrados en otras cosas, urgentes pero no importantes.

Hace unos días se presentó la noche de mayor actividad de los meteoros Delta Acuáridas. Una lluvia de estrellas, poéticamente hablando. No vi que nadie hablara de ello apenas al día siguiente. Eso sí, de política migratoria, código penal y macro-economía todo el mundo habla, siempre. No es normal.

-«¿No me molestes con polladas, no has visto el espectáculo de esta noche?»
-«Pero es que un miembro de La Manada ha robado unas gafas tío, ¡unas gafas!»

Y así pasan los días. Con facilidad para conversaciones vacías y pretenciosas. Con dificultad para charlas profundas donde el tiempo deja de existir tal y como lo conoces.

Si esos meteoros partiendo la atmósfera creando una de las maravillas GRATUITAS más alucinantes que podemos ver en nuestra vida pudieran hablar unos con otros imagino que dirían algo así como «Tío, ¿nos está mirando alguien?«.

Puede que vayamos estresados porque usamos el tiempo mal, no porque nos falte tiempo. Hace más de un mes que abandoné whatsapp, ahora me llaman al teléfono, conozco su estado de ánimo por el tono de sus voces, sonríes o te enfadas pero queda claro, en apenas minutos arreglas asuntos. Y los que no llaman esperan a verte en persona para decirte lo que sea, pues no era urgente. Y de mientras tengo más tiempo para leer, escribir, jugar con mis hijos sin interrupciones… Ahora conozco los mejores materiales para construir paredes en Minecraft y cuál es el oso favorito de mi hija en «Somos osos». Tengo tiempo para ello. No volveré a usarlo, IMPOSIBLE.

Si salgo a ver las Lágrimas de San Lorenzo el día de mi cumpleaños no me perderé ninguna, no estaré mirando el maldito whatsapp. Y tranquilos, no os lo contaré por facebook en tiempo real tampoco.

Hasta pronto.

Joan Gallardo.

PAZ.

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Diario de Joan Gallardo, Entrada #2 – Urgencias, Smartphones y lo Normal.

9 de julio 2018.

El lunes que desintegra el fin de semana llega. Se carga de cierta normalidad. Todo se parece al último lunes y no sé si eso reconforta o no. Aunque volver a casa te haga sentir bien siempre estás cambiando macetas y muebles de sitio, ¿verdad?

Pasamos medio domingo en el hospital con mi hija pequeña. Creo que he estado en tugurios menos ruidosos que la zona de urgencias. Todo lleno de carteles de «prohibido usar el móvil» y otros de «guarden silencio». Y una polla. Todo Dios teléfono en mano y unas tertulias de patio de luces que me provocan ganas de salir huyendo por la ventana. Pero en los hospitales no hay ventanas, y no estaría mal que las hubiera. No me digáis que las hay, porque una ventana que no puede abrirse es como una cerveza olvidada dentro del coche un mediodía de julio: no es una cerveza.

Estoy en el pasillo de urgencias y tengo a una chavala al lado de unos 17 años bebiéndose una coca-cola zero mientras consulta Tinder (lo sé porque se lo dice a su padre que se sienta a su lado, obviamente en voz alta) y a unos metros un tipo está tumbado en una camilla con una mascarilla de oxígeno mientras mira vídeos de youtube, sin auriculares, claro. No sé qué está pasando. En general.

Alguno me dirá que es normal, como si para que algo sea normal sólo fuera necesario que se dé un determinado número de veces en otro determinado número de tiempo. Imagino que si me pongo a mear las veces suficientes en un tiempo concreto (digamos cada 3 horas al día durante 3 meses) delante de mi lugar de trabajo a todos os parecerá normal ver a Joan Gallardo mear en la pared de su gimnasio.

Parece que perdemos moral hasta para decidir y decir qué nos parece normal y qué no.

Miro a mi hija y me gustaría poder curarla yo. No soporto la idea de no poder hacerlo. De necesitar a alguien más. De corazón os digo que espero que no herede eso de mí.

Le prometo que cuando esté bien haremos una de nuestras citas. Donde básicamente ella decide en qué se invierte el siguiente minuto de nuestras vidas. Sólo pienso en cumplir otra promesa. Nunca rompáis una promesa a vuestros hijos. Al diablo los demás, pero mantened vuestra palabra con los niños. Cuanto más tarde se enteren de lo mentirosos que son los adultos mejor. No les falléis.

Puede que crezcan rectos y fuertes algún día. Y así no beban coca-cola mientras buscan su próxima cita en Tinder, envueltos de enfermos en el pasillo de urgencias del hospital.

Ya es suficiente por hoy.

Joan Gallardo.

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Diario de Joan Gallardo, Entrada #1.

6 de julio 2018.

Finalmente me decido a escribir mi diario. Un día amanecí con esa necesidad, como sé cómo funciona una cabeza humana decidí esperar algunos días para observar cómo iba pensando sobre ello. Ese deseo no cedió, todo lo contrario. Ha sido un fuego imparable en mí y hoy nace. Irremediablemente.

No tengo ningún fin con ello, o al menos aún no lo identifico. Sólo sé que lo tengo que hacer.

No tengo deseo ni necesidad de darme más a conocer, de hecho que me reconozcan por la calle ya es algo suficientemente extraño para mí. Las visitas a éste blog sólo sirven para imaginarme que quizás esto ayude a alguien. Puede que esa sea la respuesta. A lo mejor al ver esto empieces a darte permiso para pensar algunas cosas y no te sientas culpable por pensar otras. Quizás la vergüenza y culpabilidad que sientes por ser cómo eres en algunos aspectos sea disipada. No lo sé aún. Imagino que lo descubriremos.

No pretendo discutir con nadie sobre el contenido, porque es simplemente indiscutible. Como si debato con el cielo sobre los motivos de su altura o color. No me importa la incomodidad que pueda provocar pues no está escrito para nadie. Pensándolo bien, una de las pocas cosas que puedo enseñar de valor es eso precisamente, que no importa lo que los demás piensen de ti. Uno debe hacer lo que debe hacer, lo demás es ruido de fondo.

Esta será la entrada menos contundente pues sólo es introductoria. No escribiré cada día, me conozco y sé que si un sólo día debo hacerlo sin ganas será su propia sentencia de desahucio. Escribiré cuando tenga algo importante que plasmar. Me ayudará en el futuro a observarme. ¿Sabes? Quizás sea ese uno de los motivos de los que hablaba al principio. Escribiendo un diario en un tiempo podré entender mejor cosas de ese futuro presente y comprenderé mejor cosas de este presente que estará en el pasado.

Sólo creo que hoy, me gustaría haber escrito un diario alguna vez.

Joan Gallardo.

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