Buenos días tribu.
Si ayer os hablaba de lo increíble que es para mí ser padre y de la casi mística experiencia de la paternidad, hoy os quiero hablar de la otra opción de esta historia: aquellos que deciden NO SER PADRES.
Pocas cosas fulminan nuestra capacidad para ser felices como la incoherencia. No tener clarísimo querer tener hijos y aún así tenerlos (porque básicamente hay que tenerlos, social y antropológicamente hablando) es un billete hacia una vida incoherente e insatisfecha. Siempre se dan milagros y, a veces, la llegada inesperada de un bebé de forma no planeada ni buscada, es lo mejor que le puede suceder al egoísta o egocéntrico. Pero no es usual.