Todos los días me siento un rato al aire libre. Sin teléfono ni agenda.
Tampoco libros. Tan siquiera música de fondo.
No cierro los ojos. Sólo me siento. Me callo.
Y me escucho.
Por si acaso hay algo que me tenga que decir.
Algo que no pueda ser dicho por la velocidad y el ajetreo del día.
Y vaya, siempre hay algo.
Siempre tengo algo que contarme.
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