Todo el mundo hace muchas cosas.
Pero pocos hacen lo que de verdad tienen que hacer.
Se parece a cuando quieres hablar seriamente con tu jefe sobre un aumento de sueldo. Lo tienes clarísimo. Sabes lo que tienes que hacer. Vas a entrar y le vas a decir: «o me subes el sueldo como me merezco o me voy a la competencia«. Caminas el pasillo hasta la puerta de su despacho como un Terminator al que le acaban de incrustar una misión en su CPU. La abres, le miras a los ojos y le dices:
— Buenos días jefe, ¿podemos hablar? Es importante.
Te contesta:
— No. Estoy muy ocupado. ¿Es urgente?
Y tú le contestas:
— No, no. El tóner de la impresora. Perdón por molestar.
Pides perdón. Cierras la puerta sin hacer ruido. Recorres inversamente el pasillo. Ya no como Terminator sino como Alicia cayendo por la madriguera. Esta es la verdad: cuando no atiendes los momentos de valentía y fortaleza no te quedas igual sino más cobarde. Más débil. Ninguna decisión nos deja igual. Tampoco las omisiones. Los escondites no nos son inocuos ni neutrales.
Y sobre todo: Por no hacer lo que es necesario hacer terminamos haciendo cualquier cosa.
FUERZA Y PAZ.