Hoy he soñado que iba en bicicleta a la vez que me tomaba un café. Y el café era amargo, como me gusta, y sentía que era el mejor café que había bebido en mi vida.
Entonces notaba que la bicicleta iba sola. Que mis pies pedaleaban pero no era yo quien lo hacía. Y tampoco deicidía qué camino tomaba. Sino que era el camino el que me tomaba a mí.
Y sentía paz. Y alegría.
Yo y el camino éramos uno.
Una única naturaleza.
Veía pasar personas y edificios. Los dejaba atrás, y eso también era parte del camino.
Como yo.
Como tú.
Tú eres un camino.
Al que debes permitir que te encuentre. Y te lleve.
Ayer fue rarísimo no hacer vídeo para YouTube después de 1 año seguido haciéndolo todos los días.
Pasé todo el rato que dedicaba normalmente al vídeo del día a leer y pensar.
Pensé en lo rápido que ciertas mentes ocupan espacios que hasta el momento podían estar ocupados con cosas importantes. Y el curioso consuelo que eso me provoca.
«Dios, no me aburriré en mi vida».
Hace mucho que conseguí la capacidad de no echar de menos nada. Ni a nadie tampoco.
Me abro a lo que viene. Me abro a lo que termina. A lo que se va.
Desapegado me llaman a veces.
No me importa. Puede que tengan una parte de razón.
Pero yo es que veo que la vida invita a eso.
Porque esto es un no parar de cosas que llegan y cosas que marchan.
No quiero mirar atrás. A no ser que al hacerlo, gane impulso para ir hacia delante.
Hacia delante.
Conversación con una clienta sobre el amor y las exigencias:
—Joan, ¿por dónde empiezo con el amor?
—Por los innegociables, obviamente.
—¿Los innegociables?
—Sí, aquello que quieres que tenga la persona que buscas y aquello que no quieres que tenga.
—¿Puedo hacer algo así?
—¿Por qué no?
—No sé, Joan, me siento como si estuviese haciendo un casting.
—ES un casting.
—Supongo que es así…
—Y tú eres parte del casting del otro, no lo dudes.
—Visto así…
—No hay otra forma de verlo. Mira, si eliges y te quedas con alguien que no tiene algo que necesitas que tu pareja tenga, lo echarás en falta llegado el momento. Y si eliges a alguien que tiene algo que no deseas que tu pareja tenga, lo detestarás llegado el momento. De una forma u otra, acabará mal. Para ti y para el otro. Así que, casi te diría que tu deber moral es hacer, respetar y seguir al pie de la letra la lista que sea que elabores de sobre los atributos que debe y no debe tener la persona que buscas.
Conversación con una clienta sobre la paz interior:
—Joan, ¿qué es lo que más le suele quitar la paz a las personas?
—Depende de la edad.
—¿En serio? ¿La edad?
—Claro, a un joven de 20 años puede quitarle la paz no tener pareja o trabajo. A los 60, envejecer. A los 80, haber usado bien la vida. A los 85, qué hay tras la muerte que ya asoma… depende de la persona y la fase de la vida.
—¿Y a ti? ¿Qué te quita la paz?
—Ja, ja, ja, intento no perder mi paz nunca. Me costó mucho encontrarla, como para ponerla en riesgo.
—¿Nada de nada pues?
—Quizá el deterioro de la sociedad a nivel ético/moral… pero la sociedad es un monstruo contra el que no puedo hacer nada que no sea terminar alejándome de ella si sigue así. De modo que no permito entregar demasiada paz en esto tampoco.
—¿Hay que ser celoso de la paz interior entonces?
—Sí, entiendo celoso por celar, vigilar, proteger. Guardar.
—Bien… entiendo que debo hacerla una prioridad. ¿No?
—Estás aquí porque no lo has hecho. ¿Sí?
—Totalmente.
Joan: Tienes que conseguir ganar, al menos, un 25% más de lo que gastas en un mes normal. D: Ostras. Eso es mucho. ¿No? Joan: Es más bien poco. El mínimo diría yo. Si ganas 1500 es ahorrar 375 todos los meses. O gastar 1125. D: Pero… hoy en día todo está carísimo, Joan… Joan: Sí. Por eso hay que centrarse en hacer dos cosas: gastar menos y ganar más. D: ¿Cómo gano más? Joan: Tienes dos maneras que llevo años usando con muchos clientes antes de ti. Una, vas a tu jefe y le dices: «Quiero ganar más dinero, ¿qué puedo hacer aquí por la empresa que nos beneficie a ambos? D: ¿Y la otra? Joan: Buscar otro empleo mejor pagado. D: No puedo dejar mi trabajo ahora… Joan: Ahora no, animal. Se trata de dejarlo cuando ya tengas el otro. D: … Joan: Ni se te había pasado por la cabeza ir a una entrevista de trabajo teniendo uno ya, ¿me equivoco? D: No te equivocas, no… Joan: Ya tardas. Ponte las pilas o el año que viene estarás igual que hoy, pero peor. D: ¿Por qué peor? Joan: Porque todo se va a poner aún más caro. D: ¿En serio? Joan: Muy, muy, muy en serio.
Joan: Tienes que aprender a mirar por ti. Crear una prioridad en ti. Sobre ti.
L: Pero… ¿no es egoísta eso? Joan: Es ser un buen egoísta.
L: ¿Hay un egoísmo bueno? Joan: Claro, por ejemplo el que yo quiero para ti, para que tú estés mejor y luego pueda estar mejor la gente que te quiere. No te estoy pidiendo que mires únicamente por ti, te estoy pidiendo que te pongas como prioridad. Que llenes el estómago antes de ponerte a repartir.
Conversación sobre el perdón y la reconciliación con una clienta.
El perdón no tiene por qué llevar a la reconciliación. Lo sabes, ¿no? Porque son dos cosas distintas. Tú puedes perdonar, y de hecho creo que debes perdonar. Pero no estás obligada a reconciliarte con aquellos que perdonas. Claro que no. ¿Cómo? ¿Que si eso no te hace peor persona? ¿Quién dice eso? ¿La persona que quiere que te reconcilies con ella? Me lo temía. Te repito: el perdón es obligatorio; lo que haces con ese perdón, libre.
Ayer vi una noticia sobre alguien famoso que celebraba una fiesta y salían muchas fotos de personas yendo. Así, muy arreglados todos, con la típica ropa que nadie llevaría por la calle, con pamelas tipo sombrilla de playa o gafas de sol de las que vendían en las gasolineras a primeros de los noventa. Y la cosa es que se les veía supercontentos. Entonces pensé: «Qué curioso que algo que a mí me resultaría una tortura a otra persona le parezca algo maravilloso». ¿Que si creo que eso es bueno o malo? Mira, yo creo que es fantástico. Que podamos llegar a una vida plena y buena por distintos caminos es algo bueno. Yo me moriría en la vida feliz de otros y estos mismos morirían en mi feliz vida. Tienes razón, quizá somos muy diferentes en los caminos aunque seamos iguales en los objetivos finales. Todos queremos ser felices al final, pero por diferentes caminos.
Dice Montaigne que tendríamos que pensar a diario en la muerte. Es algo que llevo muchos años diciendo. Bueno, él dice que hay que pensar en ello prácticamente cada dos por tres, aunque quizá sea una de sus exageraciones retóricas. ¿Qué pienso? Pues que tiene razón cuando dice que el problema es no pensar NUNCA en la muerte. Cosa que además es imposible, y que cuando pasa nos sacude el corazón porque quien es ajeno a la idea de la muerte y un día le sobreviene un pensamiento sobre ella… se le hunden los pulmones. ¿Qué es mejor hacer? No sé, quizá bastaría con pensar profundamente en la muerte siempre que se nos aparezca en la mente. Como si fuese un visitante que viene a tomar café y no para quedarse. Creo que si nos acostumbrásemos a hacer eso, la muerte nos dejaría de asustar tanto. Sería para nosotros tan familiar como debería ser algo que, sí o sí, está cerca de nosotros en todo momento.
Pero bueno, aún así, hay personas que prefieren la muerte al miedo.
Puedes poner en riesgo muchas cosas.
Se pueden romper muchas cosas también.
Pero no puedes arriesgar y poner en peligro aquello que es más importante para ti.
Lo que te importa de verdad, lo que más, debes cuidarlo y conservarlo como lo que es: lo más preciado que tienes.
Porque lo es.
Lo que más te importa en tu vida, sea lo que sea, es la fuente de la que emana tu ilusión, tu voluntad y tu motivación para soportar la dureza y dificultad de la vida.
Si lo más importante cae, tú caes detrás.
No juegues.
¿Que si me acuerdo de cuando éramos más jóvenes? Pues la verdad es que no mucho, tío. Y ahora que lo dices y me acuerdo, cuando éramos más jóvenes pensaba que al llegar a los 40 estaría todo el puto día recordando el pasado y lo jóvenes que un día fuimos. ¿Tú también? Es curioso, ¿no? Es como cuando tienes mucha hambre pero no puedes comer y crees que, cuando puedas hacerlo, no pararás de comer durante horas y luego, con un par de bocados de mendigo, te quedas sin hambre ya. ¿Crees que será así cuando seamos viejos? ¿Crees que a los 80, si llegamos, pensaremos mucho en lo jóvenes que somos hoy? Sí, parece imposible creer que no, pero vete a saber. Uno se hace viejo durante mucho tiempo. Supongo que te acostumbras. Y, bueno, que es muy difícil recordar cosas que quedaron 70 años atrás en el tiempo.
Conversación sobre una clienta sobre el dinero y los objetivos:
P: Joan, ¿cómo puedo conseguir tener más dinero? Joan: ¿Cuánto necesitas ganar? P: Ay, pues no sé. Más. Joan: ¿Más porque sí? Te estás metiendo en terreno pantanoso, querida… P: ¿Por qué? Joan: ¿Nunca perseguiste un arcoíris cuando eras niña?
P: Sí, como todos… Joan: ¿Y no fantaseabas con encontrar la base del arcoíris? Poder tocarlo, verlo salir del suelo… P: Sí… Joan: Pero nunca lo encontraste. Ni tú ni nadie. Pues cuando no defines bien tus objetivos los conviertes en arcoíris. Los conviertes en algo indefinido que, por su pura indefinición, no puedes alcanzar, abrazar o incluso disfrutar. P: Pero… ¿no dices que conformarse es malo? Joan: ¿Es bueno estar siempre inconforme con la vida? P: ¡No, no! Seguro que no es bueno pero… Joan: «Pero», ¿qué? Piénsalo bien otra vez. Define tus objetivos, tus mínimos, lo que tienes que sacrificar para conseguirlos y cómo sabrás que los has alcanzado. Punto.
P: ¿Crees de verdad que hay vida después de la muerte? Joan: Yo sí. P: ¿Por qué? Joan: Bueno, ya sabes que soy cristiano, y es lo que se nos dice en la Biblia. P: Ya, pero… ¿y si no hay nada después de la muerte? Joan: Eso sería terrible en vida, no una vez muertos. P: ¿Cómo? Joan: Pues que si no hay nada tras la muerte, una vez muertos no sufriremos ni podremos decir algo como «mierda, finalmente no hay nada». De hecho no podremos decir nada en absoluto. Seremos nada y no seremos conscientes de ser nada. Pero si no hay nada después de la muerte… eso cambia por completo la vida previa a la muerte. ¿Cómo me enfrento a todo esto sabiendo que un día desapareceré del todo? ¿Cómo vivo sabiendo que todo lo que me importa es temporal y que un día también todo eso, todos ellos, desaparecerán? P: ¿Entonces? Joan: La clave ya no es tanto, fíjate, entre si hay vida tras la muerte o no sino lo siguiente: sólo puede haber vida después de la muerte si hay Dios. Esa es la pregunta de fondo real que nos lleva a preguntarnos «¿Y si en realidad estamos solos?¿Y si todo esto en verdad fue azar y no significa nada?». ¿Cómo hay que vivir si no hay Dios? ¿Qué sentido tiene imponernos unos valores y principios que, en el fondo, tampoco significan nada? Esas son las verdaderas preguntas que hay que atreverse a responder…
Conversación con una clienta sobre las cosas inevitables:
M: Joan, ¿y si acaba sucediendo justo lo que más temo? Joan: Bueno, no es imposible, ¿no? M: ¿Qué quieres decir? Joan: Pues que hay una posibilidad de que lo que no quieres que suceda, suceda finalmente. M: ¿Y entonces? Yo no quiero que pase. Joan: Claro que no lo quieres. Pero el mundo no funciona en base a lo que tú quieres o dejas de querer. ¿No te parece? M: No, claro… Joan: ¿Estás segura de que lo tienes claro? Porque parece que le estás poniendo condiciones a Dios o a la vida. Como si establecieses unas condiciones para poder estar bien aquí. M: No es eso, pero es que no quiero que pase. En mi cabeza es imposible. Joan: A eso me refiero… perdóname pero…. ¿tu tono no te suena un poco infantil? Suenas como el niño que exige a sus padres que no llueva el día de la excursión con el cole. M: De niña lo pedí alguna vez, ahora que lo dices… Joan: Mira, lo más normal es que PREFIERAS que no suceda lo que no deseas, evidentemente. Pero tienes que completar tus pensamientos. En este caso, sería mucho mejor escucharte decir algo como: «Yo no quiero que pase eso, y haré todo lo posible para que no suceda. Pero si finalmente ocurre lo indeseado, haré cuanto esté en mi mano para estar bien y ser feliz». M: Ya, de tu boca suena mucho mejor. Joan: Empieza a pensar más en esto. Conviértelo en un principio. Trabájalo. Lo que nos decimos tiene un poder definitivo. Diferencial. Así como tienes cuidado con lo que te metes en la boca para comer también deberías tener cuidado con lo que te metes en la cabeza para pensar.
Conversación con un cliente sobre los hábitos y los objetivos:
Joan: Tienes que insistir siempre con los buenos hábitos diarios alrededor de tus objetivos, aunque parezca que no tienen que ver con estos. D: ¿Tan importantes son? Joan: Tú me dirás. Imagina que tus hábitos representan el 50% de tu día. Si cumples siempre con ellos, todos los días, como poco, habrás sacado un «aprobado». D: Visto así… Joan: No hay otra manera de verlo. Recuerdo otro cliente que tuve hace mucho. Pasó por una depresión bastante jodida un tiempo pero todas las mañanas leía toda la prensa económica nacional e internacional. Y lo hacía porque llevaba 35 años haciéndolo todos los días. Casi los mismos años que llevaba operando en bolsa. Daba igual como estuviese en el corazón, cada mañana leía toda la prensa durante 2 o 3 horas y luego hacía sus operaciones en la bolsa. D: Sigue, te escucho. Joan: Pues bien, gracias a eso, por muy mal que estuviese, seguía sintiéndose útil, funcionante y seguía ganando dinero todas las semanas. Al cabo de unos meses dejó su depresión atrás y me dijo: «Estoy seguro que de no haber tenido esa rutina, ese hábito, al levantarme de ir a por los periódicos, tomar el café en la terraza de al lado del kiosco, volver andando a casa, leer y luego estar unas horas operando en bolsa, me habría hundido». D: ¿Y crees que habría sido así? Joan: Muy probablemente. Así que, intenta mantener y reforzar siempre 2 o 3 hábitos realmente fuerte, positivos y constructivos. Que, por sí solos, sostengan en pie hasta al peor día de tu vida.
FUERZA Y PAZ.
Joan Gallardo.
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