Lo digo siempre: para ser disciplinado antes hay que aprender a ser organizado.
Para cortar bien, lo mejor es aprender a medir bien antes.
Así pues, si no tienes claro lo que tienes que hacer, cuándo lo tienes que hacer, en qué orden y en qué tiempos te puedes ir olvidando de decir lo de «soy una persona muy disciplinada».
Coge tu agenda, escribe en ella lo que tienes que hacer hoy con el máximo detalle. Sin autoexplotarte. No te impongas un plan que no le pondrías a tu hijo. Y luego cúmplelo. No es tan difícil, de verdad.
—Joan, le quiero mucho pero me quita toda mi paz…
—Pues tenemos un problemón.
—¿Lo podremos arreglar?
—No lo sé, pero sí sé que no se puede estar con quien te arrebata la paz.
—¿Aunque le quieras mucho?
—Sí. Quizá ahí esté el mismísimo problema… puede que tú le quieras mejor o que le quieras en otro idioma…
—¿Qué quieres decir, Joan?
—¿Por qué no ibas a traer paz a la vida de la persona que amas? ¿Por qué no lo hace él?
—No lo sé Joan, ¿tú qué dirías?
—Pues que, en algún punto, está atendiendo más a su miedo que al amor. Y eso, al fin y al cabo, es una elección que él toma. Mientras no se rinda al amor… no tendrá paz él y no podrá darte paz a ti.
La envidia esconde tu miedo a quedarte atrás. A no llegar.
A no ser suficiente. A no poder seguir la estela de los demás.
A ser peor que la mayoría.
A conseguir menos que la mayoría.
Y eso te revienta.
Por eso envidias y por eso piensas y hablas mal sobre los que tienen y alcanzan más que tú.
Porque es más fácil destruir que crear.
Y la brecha que te separa de ellos sería más fácil estrecharla derribándolos que alcanzándolos.
Pero en el fondo lo que querrías es ser como los que envidias. O más aún.
Así serías tú el envidiado y no el envidiante.
Y sería así sólo hasta descubrir que siempre hay alguien más arriba a quien envidiar de nuevo.
La envidia es un fuego que no se puede manejar.
Lo único que se puede hacer es no empezarlo.
—Creo que no me merezco esta situación.
—¿Cuál? ¿Que ella no quiera seguir con la relación?
—Exacto.
—¿No es ella la que debe decidir eso?
—Bueno, lo que digo es que no lo he hecho tan mal.
—Te estás haciendo trampas al solitario, tío.
—¿Por?
—Porque te estás contando un relato que no tiene sentido.
—Pues explícamelo, Joan.
—Claro: a ella no le convence estar contigo, cree que merece algo mejor. Y esto no es una interpretación, ES LO QUE TE DIJO. A partir de ahí no sé qué injusticia estás viendo tú.
—Ya, bueno pero…
—Espera, no he acabado. Responde a esta pregunta: Si ella hubiese sido feliz a tu lado… ¿habría decidido marcharse?
—Supongo que no… ¿no?
—100% que no.
—Vale…
—Pues ahora, desde aquí, construye tu narrativa y, si lo haces bien, podrás superar esto.
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