Dicen que de un pobre también valen sus consejos sobre pobreza.
O que uno que se ha divorciado siete veces sabe muchos sobre los errores que hay que evitar y que puede dar buenos consejos sobre eso.
Pues yo no lo creo. Demasiado arriesgado. Demasiado ilógico.
Además, he observado que suelen dar más consejos aquellos que peor están. Así pues, la probabilidad de recibir muchos consejos de gente que está peor que yo es altísima. Entonces, para mí, lo mejor es cerrar el grifo del todo.
La familia, la moral, la ética, el bien, la misericordia, la confianza, el perdón, el amor, la solidaridad con el prójimo, los valores y los principios.
¿Está tu vida llena de esto o no?
Porque es lo que separa el cielo del infierno.
Es tu decisión. Tu futuro. Y tus consecuencias.
La paz interior no se tiene, se hace. Se vive. Todos los días.
Yo no intento estar a la altura de lo que esperan mis hijos de mí por miedo a las repercusiones negativas que esto pueda tener en mi vida. Intento estar a la altura porque los amo con todo mi corazón.
Pues mi relación con Dios es igual.
No intento estar a la altura de lo que espera Dios de mí por miedo al infierno sino por amor.
Quien sigue y acata a Dios por miedo está siguiendo a un Dios que NO existe.
«No puedes echarte atrás cada vez que tropieces con una dificultad. Porque la vida es difícil. Es maravillosa pero también difícil. Entonces si te vas a echar atrás cada vez que se ponga difícil vas a estar haciéndolo cada dos por tres. Cuando des con un muro que no puedas superar a la primera da un paso atrás pero… sólo para ver como puedes vencerlo. Insiste. Resiste. Mira si se puede trepar, si se puede saltar o si se puede romper. Y si al final ves que no hay manera… ahí sí, ahí sí puedes rendirte, pero sólo para buscar un camino mejor y así poder seguir adelante».
«Debes tomar una decisión y asumir las consecuencias.
Y no sólo eso: también debes permitir que los demás tomen sus decisiones y dejarles asumir dichas consecuencias.
En el ejercicio de tu libertad debes incluir el de los demás.
Así que toma una decisión y sopórtala.
Si lo haces, avanzarás. Con dolor, pero avanzarás».
Pedir salir a la que te gusta un poquito porque sabes que te va a decir que sí o pedir salir a la chica de la que estás enamorado hasta las putas trancas aunque sabes que lo más probable es que te diga que no.
—Tengo mucha mala suerte, Joan.
—Vale, venga, te lo compro.
—¿Sí?
—Sí. Haremos como que has tenido muy mala suerte. Ahora lo que quiero es que dejes la suerte a un lado o que aceptes que eres una persona con mala suerte y punto. ¿Qué margen tenemos?
—¿Margen? ¿Para qué?
—Para seguir actuando. Para seguir tomando acción, decisiones y elecciones.
—¿A pesar de la mala suerte dices?
—Sí. ¿Acaso no puedes seguir probando cosas distintas a pesar de tu mala suerte?
—Supongo, pero….
—¿No me harás creer que tu mala suerte es total? No me dirás que afecta al 100% de las cosas que haces, ¿no?
—A ver… no, pero tengo mucha mala suerte, Joan.
—¿Cuánta? Dime un porcentaje sobre todo tu ser.
—Jolín pues… un 70%.
—Pues trabajemos ese 30% y hagámoslo más fuerte que el otro 70%.
—¿Y funcionará? ¿Compensará? ¿Seguro, Joan?
—Imagina que tienes una colección de piedras preciosas en tu poder. Tienes 100 piedras. 99 son amastistas, que valen unos pocos euros por piedra. Y luego tienes 1 diamante azul Hope, que puede llegar a valer 200 millones. ¿Compensa el 1% de tu colección el otro 99%?
—Ya lo creo…
—Pues venga, vamos a pulir ese 30%. ¿Sí?
—Me has convencido. Vamos.
El otro día mi hijo mayor me pidió que le abriese una botella de agua porque él no podía.
Le dije: «¿Cuánto tiempo y de cuántas maneras lo has intentado?».
A lo que respondió: «No sé, he intentado abrirla, no he podido y te lo he pedido».
Le respondí que tendría que intentarlo unas cuantas veces más antes de que yo finalmente accediese a abrírsela.
Me miró como pensando «ya está con sus rollos el pesao de papá». A lo que yo le dije:
«Mira Christian, yo puedo abrirte la botella en un segundo o menos. Pero tú puedes abrirla en alguno más o descubrir que no puedes. Pero lo que sí que no puedo hacer es arriesgarme a hacer algo por ti que… tú podrías hacer. Si te abro la botella te hago un favor pero si no te la abro te hago uno mucho mayor: ayudarte a ser autosuficiente».
Cogió la botella, lo probó con más esfuerzo y a los pocos segundos, con la cara enrojecida y las alas de su nariz abiertas, el tapón hizo clic y la botella se abrió. Cuando lo consiguió me miró sonriente. «¿Lo ves? ¿No es esto mejor que que te abra la botella?, le dije.
Sólo el alma fuerte y rebelde puede ser libre y feliz.
Pues un alma así no se deja llevar por la masa. No se deja arrastrar por lo que está mal en el mundo. No se deja seducir por las tentaciones, el nihilismo y el hedonismo.
Un alma rebelde dice basta y no cuando quiere y debe decirlo.
Y así, se hace libre. Se siente feliz con él mismo y con la relación que tiene con la vida y el mundo.
No puedes esperar que un día todos los problemas terminen y dejen de aparecer.
Esa vida no existe. Lo que debes esperar es ser lo suficientemente fuerte como para no temer que aparezcan nuevos problemas.
Sé más fuerte que los problemas.
Ese es el objetivo. Esa vida sí puede llegar a existir.
Con la pareja equivocada la vida se puede hacer muy larga pero con la pareja adecuada la vida, esta vida, se te tendría que hacer terriblemente corta.
Una vez una persona me dijo:
«¿Sabes cuál es la forma más sencilla de hacer más largo y sufrido el viaje a alguien?».
Yo contesté que no lo sabía. Y él me contestó:
«Poniéndole una piedrecita en el zapato. Una tan pequeña que no pueda ver pero sí pueda clavársele en el pie».
Ojo con la compañía que llevas en tu viaje.
Puede ser terrible.
No se puede andar hacia delante mirando hacia atrás.
Si lo hacemos, no avanzaremos mucho e iremos de traspié en traspié.
Como me dijo una vez Sam:
—¿Hacia dónde va la vida, Johnny?
—Hacia delante.
—¿Y tú? ¿Dónde estás?
—En el pasado…
—Pues no sé hacia dónde vas pero seguro que no vas donde la vida va.
—Joan, ¿y si ésta no es la decisión acertada?
—¿Qué es lo peor que podría pasar?
—¿Si finalmente me sale mal dices?
—Sí.
—Perdería bastante dinero y tiempo.
—¿Qué porcentaje de tu dinero perderías?
—Pues un 40% como poco y un 60% como mucho.
—¿Te da con un 40% de tu capital para empezar de nuevo?
—Pues… sí, Joan, sí me daría. Pero me jodería mucho perder la mitad de mi dinero.
—Eso está claro. ¿Y tiempo? ¿Cuánto tiempo perderías? ¿Cuánto necesitas para ver si te has equivocado o no?
—Yo creo que dos años. Si finalmente doy el paso, en dos años sabré si he tomado la decisión adecuada o no.
—Y si finalmente no lo es… ¿habrán sido dos años completamente perdidos o habrás sacado algo de ellos?
—A ver… algo aprenderé. Imagino que sacaré algunas lecciones y…
—… y te habrás quitado de encima la idea de «qué podría pasar si hiciese eso…», ¿no?
—Exacto, eso es lo que iba a decir, Joan.
—Y ahora dime, ¿qué es lo mejor que podría pasar?
—¿Lo mejor? La vida de mis sueños…
—O sea, tenemos por una parte que lo peor que podría pasar es perder la mitad de tu dinero y dos años, en los cuales aún aprenderías algo y, por la otra parte, la consecución de la vida de tus sueños. ¿Es así?
—Joder Joan… visto así…
—¿No es así?
—Sí.
—Pues serás tonto si no vas a por ello. Adelante. Lánzate.
Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies