Mes: septiembre 2022

Si vas a juzgar, juzga los hechos y no las personas.
Porque un mal acto no hace a una buena persona mala.
Y un buen acto no hace una mala persona buena.

De una rama no puedes hacer un árbol. Mucho menos un bosque.

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FUERZA Y PAZ.
Joan Gallardo.

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Cada vez que te veas juzgando a alguien, detente y expresa mentalmente esta frase: «Te he juzgado pero te deseo lo mejor en la vida, con todo mi corazón«.

Hazlo mientras aprendes a dejar de juzgar a los demás.
Es el mejor truco que existe para llegar a conseguirlo.
Es infalible.

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En realidad sabemos tan poco de los demás que no cabe más opción que admitir que todos los juicios que hacemos son, cuanto menos, un acto de atrevimiento e insolencia.

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Hay una diferencia, un abismo en realidad, entre criticar y juzgar.

Puedo ver que he obrado mal, aceptarlo e intentar corregirlo.
O puedo ver que he obrado mal, deducir que soy una mala persona por ello y concluir que no podré cambiarlo nunca.

Adivina cuál es cuál.

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La paz interior no es posible si te juzgas.
No puede haber paz junto a un enemigo.

Y en todo momento tienes que preguntarte:
«¿Soy mi amigo o soy mi enemigo?».

Hasta que no te conviertas en tu mejor amigo, no hallarás dentro la calma que quizá aún ni sabes que necesitas tanto como comer, beber o respirar.

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Si no puedieras juzgarte, jamás podrías odiarte.

Bastaría con atender los hechos. Los actos. Los errores.

Bastaría con intentar hacer una tarta. Ver que no te ha salido demasiado bien y decir algo como «Bueno, es la primera vez que la hago, es normal que no me salga del todo. La próxima vez intentaré hacerlo mejor» en lugar de algo como «normal que me haya salido mal, es lo que hacen los perdedores como yo: hacerlo todo mal«.

Como ver una película que no te ha convencido y decir «no me ha gustado esta película» en vez de decir «esta película es mala y el director un piernas«.

¿Lo has pillado?

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Cuando dejas de juzgarte, te haces un favor a ti y otro a los demás.
Cuando dejas de juzgar a los demás, les haces un favor a ellos y otro a ti.

La libertad llega abandonando el juicio. La aceptación, también.
Y tras ellos, la paz.

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No puedes saber si una película es buena o mala viendo solo 5 segundos de una escena cualquiera.

Así de absurdo es juzgar a alguien.
Simplemente no conocemos tanto a las personas y sus historias. Sus vidas.
Todos los juicios son un acto de adivinación y atrevimiento.

Nadie acierta lo suficiente juzgando como para tener derecho a hacerlo. Punto.

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Juzgar a otro no es solo juzgarlo sino condenarlo.

Porque juzgar es fácil pero deshacer un juicio es casi imposible.
Para hacerlo tendríamos que ser muy humildes y reconocer el error. Y eso es algo que no suele hacer el que normalmente juzga a los demás.

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Es muy difícil justificar un juicio equivocado sin quedar en evidencia.

Si no puedes evitar, por ahora, juzgar a los demás… al menos hazlo en silencio.
Eso ya supondría una diferencia crucial. Para ti y para el mundo.

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No sabes tanto sobre los demás como para ir juzgándoles.
Tan simple como esto.

Crees que juzgando, ves más pero es al revés. Ves menos.
Y la única forma de ver lo que hay tras una puerta es abriéndola.

Así que la próxima vez que vayas a juzgar, pregúntate:
«¿Sé lo suficiente sobre esto o esta persona como para emitir un juicio?»
Si eres justo y sincero, callarás. Y el mundo será mejor.

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En lugar de juzgarte trátate con amabilidad y compasión.
Justo como se espera que trates a las demás personas de la tierra.

Quizá dudas porque crees no merecer ese trato.
O porque simplemente no lo has probado antes.
Pero ten claro que una vida sin compasión ni amabilidad es siempre una vida peor.

Piénsalo.

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¿Que por qué no se puede juzgar?
Dime:
¿Te han juzgado nunca?
¿Te sentiste bien?
Pues por eso. Por eso no debes juzgar.
No hace falta explicar mucho más.

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El mérito no está en soportar los juicios de los demás sino en no juzgarlos por hacerlos.

El mérito reside en no convertirse en aquello que nos hace daño.
En romper la cadena por nuestro eslabón. Aunque parezca que no sirve de mucho.

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Si juzgaras menos, tendrías más paz dentro.
Y habría más paz fuera.

Solo tienes que intentarlo durante unos días para ver que esto es así.
¿No vale la pena el esfuerzo?

Si no lo quieres hacer por los demás… hazlo por ti. Y todos nos aprovecharemos de ello.

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Justo terminado el ciclo de posts sobre la paternidad te pregunto:
¿Sobre qué quieres o necesitas que escriba durante los próximos 21 días?

Mándame tu propuesta a joan@joangallardo.es

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Para terminar este ciclo de pensamientos sobre la paternidad solo me queda decirte que ser padre no es la decisión más importante de tu vida sino que es la más importante de la vida de tu hijo.

Dar vida es el epítome de la responsabilidad.
Por lo tanto, los padres, como hacedores de vida, deberán actuar dignificando la virtud de dicha responsabilidad.

Es su deber. Punto.

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Si no crees en tus hijos lo más probable es que ellos no crean en sí mismos de adultos.

Y un adulto que no cree en él es un adulto incompleto y en una permanente cuesta arriba.

Haz un favor a tus hijos y hazles sentir que crees en ellos. Hoy. Ya. Y siempre.

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Ser padre es darse cuenta de que la mayor parte de las cosas que creías importantes en realidad no lo eran.

Ser padre es volver a nacer y empezar a vivir de verdad.

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Los nuevos padres harán bien en no abandonar su mundo interior.
Si sus recién nacidos pudiesen hablar, les dirían: «hacedlo por mí«.

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